domingo, 25 de marzo de 2012

El chacachá del tren


La red de trenes suburbanos de Mumbai es el sistema ferroviario más antiguo de Asia y la red de tren que más pasajeros transporta cada día en todo el mundo. A mí me preció una atracción turística en sí misma y en los dos días que pasamos en la ciudad, nuestros trayectos en tren nos proporcionaron no solo el mejor medio de locomoción para visitar algunas de las zonas más interesantes de Bombay, sino un sinfín de anécdotas.




Dia 1

Tras un breve momento de desorientación, encontramos las abarrotadas taquillas y nos compramos unos billetes válidos para tres días con la intención de darles buen uso recorriendo la ciudad. Miramos también el plano de la red de trenes, pero a mí no me convenció mucho, como tampoco lo hacían los paneles informativos, con lo que desarrollé una técnica especial para confirmar que íbamos en la buena dirección.

El primer paso consiste en pescar a un Mumbaikar (o Bombayite, que hay opiniones para todo) que hable inglés. No es que sea muy difícil, pero siguiendo un exhaustivo método que se fija en la edad, ropa, actitud… desarrollé una especie de sexto sentido para saber quién hablaba la lengua de Shakespeare con fluidez. El segundo paso es confirmar la información no una, ni dos, ni tres, sino tres veces. Ya he dicho que, como en España, aquí nadie te dice que no sabe, todo el mundo tiene su teoría de cómo se va a tal sitio.




Con un poco de ayuda, cogimos el tren y como no coincidimos con ninguna hora punta, el trayecto fue cómodo y tranquilo. Aproveché pues para fijarme en las peculiaridades de los vagones indios:




Lo primero es la carencia de puertas. Sí, sí, no hay puertas, no las necesitan, los grandes huecos por donde se entra y se sale siempre están abiertos. La gente suele viajar asomada al exterior el vehículo, ya sea por falta de espacio o para disfrutar de las “vistas”. Por supuesto, esto es muy peligroso: mucha gente muere por caídas en los trenes de India, solo superada por el número de gente que muere cruzando las vías. En 2008 se estimaba que morían entre 10 y 20 personas al día en la red metropolitana de la ciudad, pero parece ser que de verdad el gobierno está desarrollando medidas para mejorar la seguridad. Incluso hace unos años creó una curiosa campaña para disuadir a la gente de “hacer el superhéroe” y cruzar vías.




Con las puertas siempre abiertas sería un desperdicio tener aire acondicionado, pero con el calor veraniego de Mumbai, algo hay que tener. La solución cuelga del techo de cada vagón: docenas de ventiladores de los de toda la vida, con sus interruptores al alcance de los viajeros, crean una agradable brisa.

Además de las peculiaridades de los vagones, también hay vagones “peculiares”. Unos son los llamados de “Primera Clase” a los que se supone que solo puedes entrar con el billete correspondiente. Por mucho que los miré no me pareció que tuviesen nada especial, salvo que están menos concurridos, claro que en hora punta supongo que eso es el verdadero lujo.




Los otros son los vagones para las mujeres, los Ladies Compartment. Aquí, como en Japón, hay coches reservados para las féminas. De hecho, fue Hitoshi quien impidió que me colase varias veces en los vagones de chicas, que yo bastante tenía con evitar los de First Class.  Vale, tienen un cartelito explicativo en varios idiomas y hasta un dibujo de una mujer… claro que no es que la imagen transmita mucha… “femineidad”.




Muchas mujeres se quejan de que hay pocos vagones para ellas en cada tren y de que tienen que ir hacinadas a cualquier hora. Por eso tampoco es imposible ver mujeres solas en los vagones “normales”, pero es raro.





Pasajeros raros, hay a montones, eso sí. El tren de Mumbai tiene su propio ecosistema y su fauna particular:

Están los revisores, que van de paisano y dan un poco de grima, pero son muy serviciales y de verdad saben cómo y dónde se cogen los trenes, así que son de gran ayuda. No como los policías. En cada estación hay dos polis sentados es una mesita cerca de la zona de andenes. Nunca les preguntéis nada, ya que encontrar a un poli indio que hable inglés es misión imposible. Supongo que si hablasen inglés tendrían un trabajo mejor.

Cuando eres extranjero, en Mumbai también te puedes encontrar con los “buenos samaritanos”, es decir, indios que con toda su buena voluntad se ofrecen a ayudarte. En general es de verdad, no hay nada que temer… bueno, salvo que muchas veces se equivocan al darte indicaciones y te la acaban liando parda. A nosotros nos hizo eso un chavalín que encontramos en uno de nuestros trayectos, pero fue tan majo que no nos importó.




Hay también vendedores ambulantes que normalmente ofrecen agua, snacks, chuches, samosas… con lo que Hitoshi hacía uso de ellos en casi cada estación. Tengo que decir que yo fui el único que disfrutó el tren de Mumbai, ya que aquí el “hijo del sol naciente” solo hizo dos cosas en  todos nuestros trayectos: comer y dormir. Cuando no estaba dormitando, cual típica estampa de oficinista en el metro de Tokio, estaba atacando una samosa, un huevo duro, un masala cucumber, un chai… Viajar con un zombi hubiese supuesto poca diferencia.




Otros típicos “viajeros” son los mendigos. Ya, en Madrid esto también es normal, pero aquí los beggars más comunes, como sabéis, son los niños. Críos y crías que empiezan a pedir casi antes de saber andar. Se me perdonáis, prefiero no extenderme sobre este tema…

Pero de entre los personajes típicos del tren de Mumbai, quienes me causaron más impresión y despertaron mi curiosidad, fueron las hijra. Se las ha descrito como eunucos, travestis, transexuales… aunque nada de esto es totalmente correcto. Se trata de una casta, con su propia historia y trasfondo religioso, de personas de un “Tercer Sexo”, ni hombres, ni mujeres. Aunque las hijra se visten de mujer y se refieren a sí mismas usando el femenino, no se consideran mujeres.




Es muy complicado explicar las peculiaridades de las hijra y solo con haber leído unos pocos artículos no me las voy a dar de experto. Baste decir que tradicionalmente eran hombres emasculados que vivían al margen de la sociedad convencional. Como cada casta, tenían su forma de ganarse la vida que consistía en cantar y bailar, sobre todo en bodas y otras celebraciones.




Sin embargo, partiendo de la base de que siempre fueron percibidas como una “rareza” y con el agravante de que los colonizadores ingleses desarrollaron una persecución contra ellas en defensa de “la decencia”, su situación actual es muy mala. Además, ya nadie quiere tener hijra actuando en sus bodas, la música de Bollywood está más de moda.




Poca gente daría trabajo a una hijra, con lo que la prostitución y la mendicidad son dos de sus “salidas laborales” más comunes. Es precisamente a este segundo grupo, al que pertenecen las que nos encontramos en nuestros viajes.




Las hijra entran al vagón dando palmadas y sonriendo a todos los hombres. Su forma de pedir dinero es peculiar: se acercan a algún varón y le empiezan a sobar (castamente, tampoco hay que exagerar) y a “hacer ojitos” hasta que el tipo le da alguna rupia para que le deje en paz. Evidentemente, no todos los hombres les dan dinero, si se ve que no quieren pues les dejan en paz de todos modos.

Nos encontramos con hijra varias veces, pero siempre estábamos lejos y Hitoshi siempre estaba dormido, así que él no sabía nada de estos curiosos personajes. Hasta que…

Imaginaos que sois un hombre japonés, con el estómago lleno de samosas, durmiendo una agradable semisiesta, cuando os despierta un manoseo y una risita. Abrís lo ojos y desorientado como estáis, acertáis a ver a… ¿una mujer? ¡¿Qué está pasando?!

Yo asistí como espectador a esta explosiva escena y viendo la cara de Hitoshi y temiendo un “baño de sangre”, me apresuré a darle unos golpecitos en el hombro a la hijra en cuestión y pasarle un billete de 10 rupias para alejarla de mi colega. Ella me dedicó una sonrisa coqueta y se fue con la música a otra parte… ¡Uff! ¡Crisis solucionada!




Dia 2

En nuestro último día en la ciudad pensábamos darle un gran uso a los abonos de tren. Uno de los turist spots del día era de hecho la estación más antigua de la red de Mumbai, la famosa Victoria Station. Además, queríamos visitar la estación de Mahalaxmi, donde se encuentra uno de los slum de la ciudad. Y para finalizar, teníamos que llegar antes del anochecer a la estación de Sion desde donde buscaríamos nuestra “parada” de autobús.

Lo que no sabíamos es que la comodidad de la que disfrutamos el día anterior en la red ferroviaria de la ciudad había sido una tremenda casualidad. Este segundo día descubrimos la verdad de los “cercanías” de Mumbai y pudimos comprobar que sin duda es la red de trenes más abarrotada del mundo.

Nada más llegar al andén, Hitoshi y yo nos quedamos pasmados: la cantidad de gente que había era tremenda. Yo soy de Madrid y el ha vivido en Tokio, pero os aseguró que la sensación es muy distinta en las estaciones de India, aquí sí que uno dice eso de… ¡No vamos a caber! Pero sí, si se cabe, al estilo indio claro. Os aseguro que de todo lo que vi en Mumbai lo que más me impresionó fue la forma de salir y entrar a un tren abarrotado en hora punta.




El andén está a rebosar. La megafonía anuncia la llegada del próximo expreso y a lo lejos se ve como se aproxima el tren. En cuanto los vagones llegan a la altura del andén, los más valientes van saltando en marcha, equilibrando el cuerpo de tal manera que consigan mantener un precario equilibrio, algo que no siempre logran, claro. Pero lo mejor viene cuando el tren se para.

La gente empieza a salir del vagón como locos, como auténticos maniacos, lo hacen con una velocidad y una desesperación que de verdad te hace pensar que estás en medio de un incendio o una amenaza de bomba. Los indios del andén dejan “salir antes de entrar” mientras entrar es físicamente imposible, pero en cuanto se crea algún resquicio por los flancos de cada puerta, los viajeros empiezan a subir al tren con la misma desesperación de la que hacían gala los que salían.

Y no solo es cuestión de rapidez, es cuestión de empujar. Sí, niñas y niños, hay que sacar codos y empujar como un psicópata. El que está detrás de ti no va a tener ningún miramiento, así que más te vale que tú no lo tengas con el de delante. Hay que tener mucho cuidado con el momento justo de subir o bajar, porque como te agarres más de un nanosegundo a las barras corres el riego de que te partan el brazo.




Una vez te has metido hasta la cocina y el tren sale, rebosando indios por todas partes, se vuelve a un ambiente de normalidad en el que nadie recuerda que el tipo de al lado te ha pisado, empujado y retorcido el brazo. Nada de eso, hasta la gente se apretuja para que los que van de pie se puedan sentar, como hizo una familia con Hitoshi y conmigo. Puede que aquí la gente parezca maleducada y ruda desde nuestro estándar occidental, pero luego veo este tipo de cosas y creo que simplemente es que nuestros mundos son totalmente distintos.




Como sardinas en lata y después de varios trasbordos, llegamos a la Chhatrapati Shivaji Terminus, la antigua estación Victoria. Hice el titánico esfuerzo de aprenderme el nombrecito indio, para luego descubrir que todo el mundo la llama CST, aquí es que les mola lo de las siglas… Se llame como se llame, se trata de la primera estación que construyeron los británicos y que actualmente está considerada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. La verdad es que es un sitio impresionante, aunque yo solo podía pensar en la escena de Ra.One en la que la vuelan por los aires.








Tras dejar Victoria Station y después de varios trasbordos, empujones, saltos y demás stunts cotidianos, llegamos a la estación de Mahalaxmi. Al salir, desde un puente por el que discurre la carretera, se puede apreciar el impresionante espectáculo de Dhobi Ghat. Se trata de la lavandería al aire libre más grande del mundo, donde los Dobhis (los lavanderos) limpian las ropas de los hospitales y hoteles de Mumbai. Aunque el slum no es de los más grandes, la “lavandería” es otra atracción turística de la ciudad por derecho propio.








Nos pasamos un buen rato tratando de entender mejor todo lo que veíamos hasta que salimos de nuestro trance y nos acordamos de que teníamos que encontrar el lugar desde el que salía nuestro sleeper de vuelta a Hyderabad y necesitábamos ir sobrados de tiempo por lo que pudiera pasar.

Así que nos enzarzamos en nuestra última batalla para entrar y salir de un tren Mumbaikar en hora punta. La verdad es que yo me lo pasé genial en los trenes. Esta locura de “empujones gratis” me pareció desternillante. Yo me iba riendo mientras hacía y me hacía cosas por las que en España nos partiríamos la cara, sabiendo que después los mismos tíos me iban a hacer un hueco para que me sentase o me iban a indicar dónde hacer el mejor  trasbordo. Está claro que si viviera en esta ciudad me volvería loco, pero ir de turista solo un fin de semana te permite disfrutar hasta de locuras como esta.

Como sabéis, encontramos nuestro autobús y volvimos a nuestra casa, con la sensación de que le habíamos sacado a Mumbai todo el jugo que nos fue humanamente posible. A nosotros ya solo nos quedaba la vuelta a la rutina, pero a vosotros os espera un estupendo flashback en el que os explicaré la primera parte de nuestro viaje.

Eso será, evidentemente, la próxima semana. Hasta entonces, recordad: si no sois un superhéroe no hagáis esto en casa… ni en los trenes de Mumbai…




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