martes, 24 de enero de 2012

La Odisea Reload


En nuestro último post, vuestro héroe favorito (me refiero a mí, no a Tyrion Lannister) había sufrido mil y un problemas para conseguir legalizar su estatus en India. Aún necesitaba unos papeles más que mi jefe prometió proporcionarme y que, esta vez, lo solucionarían todo.

Así que, a la mañana siguiente me levanté temprano de nuevo con la esperanza de poder ir a la oficina lo antes posible. Mi jefe, claro, no estaba por allí, pero había encargado a uno de mis compañeros que hiciera las fotocopias y me las diese. Salí de casa, cogí otro rickshaw y al viejo aeropuerto.

De nuevo la cola, de nuevo el semicalvo con gena, pero esta vez me pasaron a la fast-track ya que venía por segunda vez y eso acortaba trámites (vamos, me ahorraba el “bingo loco” que era lo más divertido). Me presenté ante el calvo con gorra otra vez, que tras mirar mis papelotes me dijo:

-Esta prueba de residencia está caducada.

-¿Cómo?

-Hoy es 1 y caduca el 30. Ya no vale.

Iba a replicar que ayer no me dijo nada, hasta que me di cuenta de que ayer era treinta, claro. Yo le dije si no se podía hacer nada, porque hoy era mi último día y tal y cual y él me mandó al melenas sonriente.

Tras otra cola, me senté ante el hombre que ríe, le expuse mi caso y me volvió a decir lo que el tío de la gorra. Creo que, básicamente, el trabajo de este oficial es decirte lo que ya te han dicho los otros, pero con una sonrisa en sus labios y el brillo de los fluorescentes en su mata de pelo azabache. De nuevo volví a insistir todo sumiso y compungido. Entonces me invitó a pasar a la mesa de al lado donde estaba… el Gran Jefe.

El Gran Jefe era otro hombre orondo, mostachudo, con el suficiente pelo para poder usar la gena que corresponde a un hombre de su posición, pero con el suficiente cartón expuesto para poder comandar a su ejército de alopécicos sin recelos. Il Capo no sonreía, tenía esa mueca de estar “oliendo mierda” de manera perpetua que tan necesaria es para ejercer labores de burócrata.

Le dije a “vuecencia” que mira, que tal, que patatín, que patatán… Pero ese tipo se conocía todos los patatines y patatanes de mundo. Vamos, que durante toda la mañana me dijeron tantas veces “No” que salí cantando Rehab de Amy Winehouse.

-Yo solo quiero registrarme y ellos… “¡No! ¡No! ¡Nooo!”.

Volví a la oficina, mi jefe estaba ya allí. Al entrar me miró con unos ojos expectantes y ansiosos y yo tuve que volver a destruir sus esperanzas. Lo malo es que hoy era el último día, con lo que, si no lo hacía hoy, incumplía el plazo legal y entonces… mi jefe tendría que pagar 30US$... y a mi jefe no le gusta pagar ni en rupias, ni en euros, ni dólares. ¡No le mola R€$!

Me dijo que volvería después de comer, pero que esta vez me acompañaría 24, que habla el dialecto local y puede decir patatín y patatán en telugu. Mientras, Sharad se puso a redactar varias cartas de explicación/súplica con su sello de la empresa y todo, para ver si colaba.

Mi jefe tardó un rato y ya íbamos pillados de time. No había tiempo para rickshaws, 24 se dirigió a garaje y sacó su flamante Ducati. Yo me quedé un poco pillado, porque nunca había montado en moto.

Sharad salió al garaje y le dio unas últimas instrucciones a 24 en hindi, que supongo que sería algo así:

-Mira, vete con el idiota este que no sé lo que le pasa que siempre le ponen una pega nueva. Así que tú hablas con algún oficial y que te acepten los papeles hoy como sea, para ahorrarnos la multa.

Y después añadió en inglés:

-Tenéis que llegar a tiempo, pero no cojas la autopista elevada.

Pues nada, me subí a la moto, me agarré con todas mis fuerzas y salimos hacia la oficina una vez más.¡Brrrrmmmm!

Ya sabéis cómo es el tráfico de Hyderabad. Lo bueno que tiene ese caos es que casi nunca hay atascos… Bueno, casi nunca menos cuando llegas tarde.

Llegamos a la Road No. 1 y aquello estaba tan parado que me traía recuerdos de Madrid. Yo estaba tranquilo, pero 24 no hacía más que tratar de colarse por entre los coches para ir ganado posiciones, justo como hacían los centenares de motos que hormigueaban entre los coches.

Acelerones, frenazos, giros in extremis… Así llegamos a la confluencia de la Road No. 1 y la 2, el mini Times Square de Hyderabad (al menos en cuanto a tráfico). Pasamos de largo la autopista elevada (que ya me creía yo que íbamos a ir por ahí, pues era lo único que fluía) y continuamos escalando posiciones en plan Fernando Alonso.

Pero era imposible. Los atascos en Hyderabad son escasos, pero más que un atasco parecen una estampa de ¿Dónde está Wally?, porque coches, motos, autobuses, personas… ¡hasta camellos! Se amontonan unos encima de otros hasta que el más mínimo movimiento es imposible. El tiempo es lo único que avanzaba en la Road No. 2.

24 no pudo aguantarlo más y exclamó:

-¡A la mierda! – Bueno, sin tacos, porque aquí no dicen tacos.

Pero el significado era ese, porque giró la moto, se dirigió al arcén y se puso a conducir en dirección prohibida. Suena peor de lo que es, porque aquí la dirección prohibida es más bien “dirección poco recomendada” o “dirección minoritaria”. De hecho, las motos pueden ir en dirección prohibida si van por el arcén. Es lo que hacíamos ahora y os aseguro que varios policías nos vieron sin pestañear siquiera.

¿Y a dónde llegamos con nuestra “maniobra loco Iván”? Pues claro, a la autopista elevada. 24 calentó motores, yo me agarré más… empezó a sonar música tecno  y… ¡ZIUMMMM!

No voy a narrar esa parte, baste decir que llegamos sanos y salvos a la oficina de extranjería. Me bajé de la moto con un dolor de manos atroz de agarrarme a la Ducati como un maniaco. Me acerqué pues flexionando los dedos y nos dirigimos a culminar nuestra aventura enfrentándonos a unos cuantos agentes.

De nuevo cola moderada, tío de gena, fast-track, gorra y… Bueno, 24 empezó a desplegar sus dotes de negociador que, aunque no entendía nada, por su expresión parecía reducirse a…

-Por favor, mire que el pobre es guiri y es tontico y hoy es el último día… Nosotros solo queremos entregar los papeles para no pagar la multa y ya traeremos el documento cuando podamos…

Gorraman, impertérrito, le pasó con el hombre que ríe. Este, sin perder la sonrisa, le pasó con el Big Boss. Y el gran jefe… pues nos mandó a Parla, como era de esperar.

24 estaba sudando la gota gorda el pobre, así que llamó a Sharad para recibir instrucciones…

-Operador, necesito un cursillo para convencer burócratas…

No sé lo que le dijo mi jefe, pero 24 volvió a la carga y esta vez ya no le respondieron sin mirarle y con indiferencia, no… Esta vez le respondieron con una mirada de cabreo y veladas amenazas… Mission Failed, Game Over y sobre todo… ¡Insert Coin!

Teníamos que volver a la oficina con el rabo entre las piernas. Esta vez a un ritmo tranquilo y moderado, eso sí… Aunque yo ya decidí que no volvía a montar en moto nunca más, tranquilos.

Allí estaba mi jefe, la imagen de la indignación y el cabreo. Despidió a 24 con una mirada de “Me has fallado, chaval” y me miró a mí diciendo...

-No te preocupes… Mañana voy yo… En persona!!!

Una nube ocultó el sol, un relámpago volvió a iluminar la escena y un sonoro trueno puso el punto final a sus palabras, mientras en la esquina inferior derecha de la pantalla aparecía un letrero en japonés:

“Continuará”.

P. S.: Os dejo el vídeo que nos grabaron a 24 y a mí por la ciudad.  


sábado, 21 de enero de 2012

La Odisea


Como recordaréis, en mi primer post relaté mi odisea para conseguir el visado de trabajo de la embajada india. Ya apunté que solo fue un calentamiento para enfrentarse a la burocracia india. Uno pensaría que con tales aventuras, todo estaría resuelto, pero no, eso solo fue la Ilíada, la verdadera Odisea estaba aún por llegar.

Según la ley india, los extranjeros con un visado superior a seis meses, tienen catorce días para presentarse en la oficina de extranjería y según explicaban en España, sellar su visado. Pues bueno, no es tan sencillo.

Nada más llegar a Hyderabad, yo ya le dije a Sharad que me gustaría hacer lo de la registration lo antes posible, que con esas cosas de la burocracia ya se sabe. Él me respondió que tenía quince días, que no había prisa, estaba más interesado en que me pusiera currar cuanto antes.

Los días pasaban y le iba preguntando a Sharad sobre el tema.

-Entonces, ¿solo tengo que ir allí y que me sellen el pasaporte?

-Bueno, no –Me respondía con aire ausente- Tienes que descargarte un formulario para el registro en internet y adjuntar dos fotocopias de tu pasaporte, otras dos de tu visado con el sello de los agentes de aduanas y una serie de datos, como detalles sobre tu familia, tu lugar de residencia, la prueba de que vives en una vivienda que cumple con las normativas de la ciudad, los datos de la empresa, los detalles de tu contratación, tu titulación académica… Ah y el sello de la empresa, tu huella dactilar en tinta china negra y dos fotografías recientes hechas en India.

-Y una muestra de tejidos y una prueba de orina, ¿no?- Repliqué, pensando que bromeaba.

-No, eso no. –Entonces me di cuenta de que hablaba en serio.

-Bueno… –Pregunté tragando saliva - ¿Eso es todo?

-Sí… ¡No! ¡Claro…! También necesitas el número PAN.

El número PAN es un poco como el número de la Seguridad Social, pero sin Seguridad Social, un número que necesitas para trabajar de manera legal y que te cobren tus impuestos.

-¿Nos va a dar tiempo? Solo quedan siete días… Yo…

-Tú no te preocupes, yo me encargo de todo.

El tiempo pasaba, yo seguía currando y Sharad seguía en la Luna de Valencia, por lo menos con respecto a la registration. Llegó el siguiente lunes y volvía a preguntar a mi jefe.

-Sharad, solo quedan tres días, ¿no deberíamos hacer ya lo de la registration?

-Si claro, no te preocupes, me bajo los formularios y los vas rellenando.

Me pasé la mañana rellenado los formularios con la ayuda de Sharad. La cosa iba lenta porque no se podía meter ningún símbolo español, tuvimos que hacer una ñapa con lo de que en España tenemos dos apellidos (muchos de vosotros ya sabréis la de problemas que da esa tontería) y sobre todo, Sharad tuvo que hacer mil y una llamadas porque no se sabía la mitad de los datos de su propia empresa. No pudimos terminar y mi jefe me dijo que mañana iríamos, que aún me quedaban tres días.

Mi jefe, como buen jefe, llega al trabajo cuando le da la gana. Le esperé toda la mañana y finalmente llegó con los datos y papelotes de marras con lo que, después de comer, ya podía ir a la registration. Me acompañó Hitoshi, que tenía que revisar si sus papeles estaban ya en regla.

Cogimos un rickshaw que nos hizo una buena jugarreta, pero para no desviarme, lo dejaré para otro post que pienso dedicar solo a los autorickshaws. Sea como fuere, dejamos las bulliciosas calles de Begumpet, uno de los barrios más céntricos de Hyderabad y nos adentramos en el Viejo Aeropuerto.




Sí, no habéis leído mal, el Viejo Aeropuerto. Resulta que la oficina de extranjería está en las instalaciones semi-abandonadas del antiguo y caótico aeropuerto de Hyderabad. Andas por una interminable carretera que te aleja de la ciudad y te adentra en una especie de parquecillo, al final del cual se ve una torre de control.

Lo primero que te choca es el silencio, la quietud. Hyderabad es una ciudad abarrotada y ruidosa, con lo que, cada vez que te adentras en un paraje solitario y tranquilo te parece estar en otro mundo, siempre es un cambio agradable.





Los únicos seres vivos que veíamos eran las vacas y los patos que vivían a sus anchas en el parquecillo. Hitoshi me previno contra los raterillos infantiles que vivían por allí, pero no apareció nadie.




Ese lugar inmenso, desolado y mudo era impresionante. Los obsoletos carteles en varios idiomas con indicaciones sobre “salidas nacionales” o “llegadas internacionales”, parecían el decorado de una película post apocalíptica. Había alambre de espino roto, barricadas tiradas por el suelo, anuncios que amarilleaban a la intemperie y vegetación que se abría paso entre el hormigón. Me sentía como en una secuela de El planeta de los simios.  ¿Quizá porque iba a hacer el mono?





Llegamos a la dichosa oficina. Esperamos una moderada cola para hablar con el primer oficial y tras soportar que se nos colasen, así de extranjis, algunos indios, pude hablar con el orondo y alopécico burócrata. Éste miró mis papelotes y me dijo que no lo tenía todo, me dio un folio con la lista de todo lo que necesitaba y me dijo que volviese mañana por la mañana.

Traté de preguntarle exactamente qué me faltaba, pero me dijo que “¿Qué parte de vuelva usted mañana no has comprendido, blanquito?”. Bueno, no me dijo eso literalmente, de hecho no sé ni lo que me dijo, pero el mensaje era ese, sin duda.

Mientras, Hitoshi había solucionado sus asuntos y volvimos a la empresa. Allí contrastamos sus documentos con los míos para ver lo que me faltaba y más o menos lo averiguamos. Le pasé el informe a mi jefe que empezó a jurar en arameo y me dijo que hoy me conseguía el resto de la documentación y que mañana podría ir, que me quedaban dos días.

A la mañana siguiente, tras un buen madrugón, me cogí otro rickshaw y me volví a la oficina de extranjería. Como sé cómo funcionan las de España, me fui antes de que abrieran esperando que hubiese un montón de gente esperando y así fue. Me puse a hacer cola rodeado de africanos y nepalies con todos mis documentos bajo el brazo.

De nuevo volví a hablar con el primer oficial. Esta vez parecía complacido con mis documentos Sin embargo, su mueca de asco no le abandonó en ningún momento, creo que era debida a que su alopecia galopante le impedía teñirse más que cuatro pelos con gena. ¡La vida es una gena, amigo!

Pues bueno, el tipo me escribió un número en mis papelotes con un rotulador rojo y me invitó a sentarme en una de las sillas de plástico de la abarrotada, calurosa y enrarecida sala. Así, asistí a la partida de bingo más larga y aburrida de la historia. Cada X minutos (siendo X un valor que tiende al infinito) un indio famélico, con pelo, pero sin gena, anunciaba el nuevo número de la persona afortunada con un viaje a la sección dos de la registration.

-Fifteen. One, five. –Decía mientras mostraba un papelito con el número quince.

Yo me puse en primera fila porque mi vista es demasiado mala y mi in inglés demasiado bueno para enterarme a la primera. Además, no creáis que van llamando por orden, no, eso no tendría ninguna emoción.

Bueno, tampoco tuve que esperar mucho hasta que pude ir a los mostradores donde me esperaba otro oficial cincuentón con una gorra de beisbol (que ocultaba sin duda una calva imposible de teñir) y un mostacho de morsa. Miró mis papeles y me dijo que ciertos papeles de mi empresa parecían incorrectos y que necesitaba un original de cierta fotocopia. Sin embrago, me envió a la tercera fase, al mostrador del segundo oficial al mando para ver si lo solucionaba.

Me fui para allá, me senté en el banquillo de los acusados que tenía el tipo este ante sí y le mostré mi legajo. Este oficial era un hombre joven, sonriente y con una obscena mata de pelo que se negaba a teñir de gena, creo solo que para soliviantar al ejército de calvos del lugar.

El tipo observó mis documentos y me dijo: “que ciertos papeles de mi empresa parecían incorrectos y que necesitaba un original de cierta fotocopia”. Que es justo lo que me dijo el oficial anterior, con lo que no sé muy bien para qué sirve este paso. Sea como fuere, con su eterna sonrisa, el Sansón indio me dijo que volviese cuando lo tuviese todo.

Otro rickshaw me volvió a dejar en mi empresa. Allí mi jefe me esperaba con una sonrisa también, pero esta se tornó en palpable decepción cuando le conté mi periplo. El caso es que me pedían cosas que no le habían pedido a Hitoshi, con lo que mi jefe estaba algo desconcertado. No tenía allí los documentos necesarios y debido a un apagón no podíamos hacer fotocopias así que me dijo:

-Es culpa del nuevo director de la oficina. Lo acaban de cambiar y es muy estricto. Pero no te preocupes, mañana vas ya con todos los papeles.

Lo que yo no sabía es que el antiguo mandamás de la oficina era amigo de mi jefe, con lo que creo que el bueno de Sharad estaba acostumbrado a hacer lo que le daba la gana. Ahora una nueva directora había tomado las riendas de la registration y había que cumplir con la legalidad, lo que siempre es un incordio para cualquier jefe.

Pues nada, volví al trabajo y a esperar hasta mañana. Vosotros me temo que tendréis que esperar más para conocer la resolución de mi odisea, el espacio se me queda corto y os aseguro que todavía queda mucho por contar: carreras mortales, damiselas llorando, acción, romance… y no, no estoy exagerando… mucho.

sábado, 14 de enero de 2012

Año Nuevo


Tras la agitación de la Navidad, todavía nos quedaba el fin de fiesta: Nochevieja. Yo en España hace mucho que ya no voy a ninguna fiesta de Fin de Año. Como muchos sabéis, mi Nochevieja consiste en meterme en una casa con un montón de frikis, jugar al rol y otros juegos hasta que se nos fundan las neuronas (algunos vienen con las neuronas fundidas de casa, pero ese es otro tema) y comer toda clase de porquerías.

Pero aquí, como ya os he dicho, la diversión no es que abunde y le propuse a Hitoshi ir a una de esas macrofiestas que despiden el año. 

Mi calle, la Road No. 7, desemboca en la Road. No. 1, una de las calles principales de la ciudad, justo en el punto donde se yergue el GVK One, otro pedazo de mall. Allí está el Hard Rock Cafe de Hyderabad, así que nos quedaba a tiro de piedra y la solución era obvia. De nuevo, nunca iría al Hard Rock de Madrid, pero aquí la oferta es más escasa y sustancialmente más barata.




Se lo dijimos a Antoine y nos fuimos los tres a comprar las entradas. Al entrar al local, nos sorprendió la familiaridad, colegueo y estilo ameriyankee del recepcionista. Nos saludó con un What´s up, dude o algo parecido y chocando los cinco en plan rapero.  En Madrid esto me podría haber parecido raro, pero aquí es impresionante, porque la costumbre aquí cuando conoces a alguien es… Nada. Ni dar la mano, ni reverencias, ni siquiera un triste Namaste… y ni hablar de dos besos, claro. 

Tras el shock, nos acompañó a la tienda de goodies y nos explicó cómo iba el tema. Antoine dijo que no le interesaba (es un outsider) pero Hitoshi y yo nos pillamos una “Entrada de Soltero” (nos hubiera salido mejor una de “Pareja”, pero… aquí puede ser problemático). Era una fiesta en plan yankee, es decir, la fiesta empieza a las nueve y de hecho, termina a las 12:00. Ya sé que para nosotros eso no es una fiesta de Nochevieja, pero aquí salir después de las 24:00 es impensable.

Eso sí, la entrada no solo te da derecho a barra libre de IMFL (que tuve buscar en Google y quiere decir Indian Made Forein Liquors, que es como decir tortilla española hecha en India), sino también a barra libre de comida Veg y No Veg. Había también una entrada VIP que te permitía elegir entre más platos y por supuesto, beber alcohol de importación, pero como yo soy abstemio y Hitoshi ratilla, pues “Stag” para los dos. 




Aprovechamos para ver el local y bueno, pues es muy chulo, claro, como cualquier Hard Rock y el de Hyderabad en concreto, es inmenso, con un escenario para música en directo y todo (que el 31 estaría ocupado por el DJ número 1 de Hyderabad... ¡Toma ya!). Nos despedimos de nuevo como surfistas californianos y volvimos a nuestro home spicy home.

Tras una semana de espera, Hitoshi y yo, con nuestras mejores galas smart casual, nos encaminamos a la fiesta, no sin antes despedirnos de nuestros compañeros que seguían trabajando. Algunos nos dedicaron una mirada en la que se podía leer: "Ahí van a emborracharse, decadentes bárbaros”.




Llegamos al Hard Rock a las 21:00 en punto (voy con un japonés, claro). Nos pusieron una pulserita roja y a disfrutar… El local estaba como a media entrada, pero el ambiente no era muy de fiesta: la gente estaba sentada comiendo a dos carrillos y bastante parados. De modo que nosotros nos dedicamos a comer también. Por aquí y por allá había bandejas con aperitivos y Hitoshi se puso a picotear de varios platos… hasta que yo, mirando y remirando, me di cuenta de que cada grupillo pedía su bandeja y que mi amigo nipón le estaba chorizando la comida a los demás. Lo bueno de ser guiri es que nadie te dice nada. Nos pedimos nuestra propia comida y nos pusimos tibios con cosas que no sabíamos ni lo que eran, aunque apuesto por pollo y paneer.





Tras matar el gusanillo nos dimos una vuelta por el local. Descubrimos que la entrada VIP te permitía acceder a la Zona Vip, donde los pijales estaban sentaditos en sillonazos y con mucho espacio para ellos. Había varios guardaespaldas como armarios roperos para que la chusmilla no babease(mos) encima de la beautiful people. Sería hipócrita decir que en España no hay clasismo, pero esta exhibición impúdica de India es chocante. De todos modos, la zona pija era un rollo. 

A Hitoshi le estaba cambiando un poco la cara. La comida no era gran cosa, la gente parecían extras de The walking dead, casi no había extranjeros (que son con los que Un Samurái se quiere relacionar) y lo peor para él… ¡No había mujeres!




Descubrimos que en Hyderaban las discotecas son locales donde van a beber y a bailar… ¡los hombres! 

Resulta que aquí es bastante raro que las mujeres vengan solas a cualquier otra actividad que no sea ir de compras (que para algunas es como su trabajo). No, no hay grupos de chicas en los clubs. Solo se las ve por ahí si las saca el novio. Ahora entendimos por qué las entradas eran de “Soltero” o de “Pareja”. El “gozo” de Hitoshi iba cayendo en un negro y oscuro “pozo” del que quería salir a base de cervezas.





Pero bueno, era pronto. La gente seguía llegando y en una hora el local estaba tan abarrotado como cualquier garito de moda de Madrid. Además, la barra libre empezó a hacer sus efectos y los indios, al borde del electroencefalograma plano hasta hace unos minutos, ahora empezaban a hacer corrillos de alegre bailoteo… masculino, claro. El número de mujeres se había multiplicado por cinco en esta hora, con lo que la cantidad total de féminas en el local era de… cinco.




Yo me decidí a pasármelo bien sea como o fuere, la cafeína de mi barra libre de Coca-Cola también me hacía efecto y me dejé llevar por la música dance de los noventa que estaban poniendo, haciendo algo que yo llamo "bailar" y la medicina "epilepsia". 

Mientras estaba a mi bola, un indio de unos treinta años y vestido como el presidente de las juventudes del PP, se puso a hablar conmigo. A mí eso solo me había pasado en Chueca y la verdad es que quizá soy un ciezo “prejuicioso “, pero esta camaradería masculina me resultaba algo rara. Por fortuna, Hitoshi le dio un poco de palique y nos fuimos alejando de él al ritmo de un remix dance de Super Mario Bros.




La música y la marea de gente nos separaron de nuevo y mientras cantaba a grito pelado “¡Tiene tremendo culo!”, siendo el único del local que sabía lo que decía, Hitoshi se acercó a mí con expresión desencajada y ojos chispeantes.

-He pescado a unas.

No necesitaba más datos para saber que se refería a su vellocino de oro, es decir “chicas europeas”. Le acompañé, un poco desganado y allí me encontré con dos chicas de veintipocos, un chaval de la misma edad y otro tan joven que no sé cómo lo habían dejado pasar. Eran unos turistas australianos que no sé con qué peregrina idea habían decidido pasar el fin de año en Hyderabad. Los chicos nos recibieron con sonrisas gélidas e intercambiando significativas miradas y entonces me di cuenta… ¡éramos unos acoplados!

-Nos vamos a por más bebida, ahora volvemos, ¿eh?

Uf, menos mal, después de eso sabía que no los volvería a ver. Le expliqué a Hitoshi lo que era un “acoplao” y creo que desistió de su búsqueda de mujeres.


¿Quién es el "acoplao"?



Siguió el baile, siguió la barra libre que era como un perpetuo primer día de rebajas en el Corte Inglés, siguió la música de baile ratonera... y entonces, ocurrió. El tema sonaba a todo volumen, yo seguí la coreografía como Dios me dio a entender y en ese momento se cumplió mi más secreto anhelo... Sabía que si vivía lo suficiente, sería el que mejor bailaba el "Danza kuduro" de toda una discoteca. Podréis decir que mi conocimiento de la lengua castellana me daba ventaja... Bueno, yo no he hecho las reglas.

A partir de ahí, todo se desarrolló como en un montaje de una peli de Guy Ritchie. La música era más “chunda-chunda”, el alcohol corría por doquier, los indios bailaban como locos... hasta creo que vi a una chica dando un pequeño saltito (¡Qué provocación!) y todo fue un loco crescendo hasta el esperado momento… la llegada del 2012.




La gente se volvió loca. Los miembros del personal del Hard Rock Cafe se subieron a la barra a bailar de forma sincopada. Los indios nos abrazaban con sus cuerpos sudorosos… Todos querían desear feliz año a los frikis extranjeros que bailaban con ellos… Abracé a más hombres que en toda mi vida… Supongo que eso es lo que pasa cuando no hay mujeres en un garito: no hay competencia, no hay presión, se impone una sana fraternidad… aunque a mí, si me tocasen menos, pues mejor.  





Pues así llegó el 2012, el año del fin del mundo, de la crisis, del dragón en poco tiempo… Y la verdad es que en aquel ambiente no me parecía tan poco plausible la idea del Apocalipsis. Nos encendieron las luces y los de limpieza se pusieron a barrer justo a las 00:30, mientras los empleados del Hard Rock nos insistían en que la fiesta se había acabado.






En ese momento el ánimo estaba por todo lo alto. Incluso Hitoshi, con lo disciplinado que es, se hacía el remolón para irse a casa. Pero tuvimos que salir a la calle, donde nos encontrarnos con un montón de indios curdas (o con apariencia de) montados en sus motocicletas y haciendo cabriolas locas. Todos nos saludaban y nos decían “¡Feliz año nuevo!”.

-¡Feliz año, no nos matéis! – Gritaba yo mientras cruzaba la carretera a saltos.




Y así llegamos a nuestra casa, donde todo estaba ya en silencio y nada hacía sospechar que acabábamos de estrenar otro año. En mi cuarto, me dediqué a felicitar el año desde el futuro, hablando con mi familia mientras pelaban uvas en cadena o publicando mensajes en Internet. Me quedé despierto hasta que dieron las campanadas de la Puerta del Sol (que escuché por la radio) y me fui a dormir antes de que se me ocurriera bajarme una foto de internet de chocolate con churros… eso sí que hubiera sido muy triste…




Feliz 2012 con retraso y feliz Año Nuevo Chino con adelanto.

sábado, 7 de enero de 2012

Navidad


Ahora que acaban de pasar estas fechas tan señaladas voy a hacer un repaso a las Navidades como las he vivido aquí. Antes, tengo que decir que me llena de orgullo y satisfacción el seguimiento y los comentarios que dejáis en el blog y en Facebook, así que os mando un abrazo y… ¡Feliz 2012!

Las Navidades en Hyderabad son muy distintas a las de España. Aquí, en general, a la gente le importa un bledo el nacimiento de Jesucristo ni nada de eso. De hecho, los únicos sitios donde parece Navidad son los centros comerciales. Allí hay árboles decorados y con sus regalitos, luces de todos los colores, villancicos… e indios disfrazados de Papá Noel.






Se supone que las luces  atraen a los compradores y parece que el único sentido de la Navidad es arremolinarse en torno a estos templos de consumismo para acaparar objetos caros en inútiles con la excusa de los regalos… nada de espíritu navideño. Vamos, como os digo, muy distintas de las de España.

Aunque a vosotros os habrá fastidiado bastante, a mí que las fiestas cayesen en fin de semana me ha venido muy bien, así no he tenido que pedir más días a mi jefe y la única fiesta que he tenido que trabajar es el Día de Reyes.

Sin embargo, coincidió que el finde de las Navidades, el equipo de animación e informático de mi empresa tuvo que trabajar durante los dos días casi 20 horas al día para sacar a tiempo los cursos. Antoine y Hitoshi lo consideraban bastante molesto y deprimente y no querían pasar ni un minuto en casa (recordad que vivimos donde trabajamos) y la verdad es que alguno de nuestros compañeros parecía mirarnos con cierto asco por aquellas fechas.

Si no puedes con el enemigo… únetele. Quiero decir que el día 24 nos fuimos de compras y para hacerlo un poco distinto, nos fuimos a In Orbit, el centro comercial más grande de Hyderabad, lo cual es decir mucho. El lugar está en un barrio llamado Hi-Tech City. Hitoshi pensaba que con ese nombre sería como un decorado de Star Trek, pero es que los japoneses son muy cándidos.







En el rickshaw de camino al mall, pudimos comprobar que lo de Hi-tech es solo un nombre. En realidad se llama así porque aquí tienen su sede varias empresas de informática y telecomunicaciones, entre ellas Google, pero vamos, nada más.


Niñas, recordad que está prohibido
dar de comer a los informáticos...





Al llegar a In Orbit la cosa ya se puso un poco más Hi-Tech y más navideña. Como no nos fiábamos (y con razón) de que Papá Noel trabajase en India nos dedicamos a comprarnos los regalos nosotros mismos, con la excusa de que habíamos sido buenos.




Yo me compré un outfit completo para la fiesta de Nochevieja (pantalones, camiseta y zapatos) con su correspondiente toque friki y un rickshaw de juguete, además de otra camiseta con una leyenda aún más friki.





Esta camiseta que tengo en rosa chillón la compré en un Max, una cadena de moda india que para ellos es como un H&M y para nosotros es como un Primark, pero aun más barato.




En general las cosas aquí están más baratas, pero salvo en las tiendas como Max, todos los establecimientos son Nike, Pepe Jeans, Levi´s, etc. con lo que sigue saliendo un poco caro. También es muy frecuente que tengan outlets de estas mismas marcas, con descuentos de hasta el 50% (y de verdad, no como los de España), pero a mí unos Levi´s a mitad de precio me siguen pareciendo caros.

De hecho, lo que es difícil encontrar es ropa india de caballero. Yo venía con la ilusión de comprarme alguna de las prendas que ellos usan (en las películas, al menos) en plan camisa o camiseta y que sea más ponible que la kurta que me regaló mi jefe. Pero si bien para mujer hay ropa india preciosa y de todas clases, para hombre solo hay ropa de boda en tiendas más bien caras. Y la ropa de boda… pues es demasiado para mí.




A la hora de comer hicimos un descanso en la food court, es decir una planta con un montón de puestos de fast food de todos los tipos y cientos de mesas para comer así, sin orden ni concierto. 




¿JalapeNos...?
Lo habrán escrito con una Blackberry.



Nosotros nos fuimos a comer a la terracita, ya que el In Orbit se llama así porque está en la cima de una colina y desde sus terrazas se puede ver el lago cercano y una pintoresca vista de Hyderabad.











Tras una opípara comida basura retomamos nuestra rutina de mallrats. Como he dicho, Antoine y Hitoshi no querían ni oír hablar de volver a la oficina (nuestra casa) con lo que nos recorrimos todas las tiendas. Desde el piso de arriba (donde tenían uno de esos restaurantes para comer en la más absoluta oscuridad… Sí, yo también pienso lo mismo) hasta el piso de abajo (donde había un supermercado de dimensiones bíblicas).




Fue en el supermercado donde nos encontramos con… el horror.



-Tengo a Santa en el pasillo 3,
ha picado el cebo de la niña rubita, corto.
-Disparen a matar. Repito: disparen a matar!!!


Con un Papá Noel así, no me extraña que los niños se vayan pronto a la cama. Creo que el disfraz lo han sacado de un especial de Historias de la Cripta y viene con un cuchillo de psycho killer de serie. Lo malo es que es el disfraz estándar por aquí. Los Reyes Magos tienen que poner una franquicia en Hyderabad, porque con esta competencia… arrasan.

Para recuperarnos del shock de ver a este Bad Santa, nos fuimos a tomar un café a una especie de copia de Starbucks que tienen por aquí.


Merde de Sarcozy! 



Para cenar nos fuimos a un supuesto mexicano que era el restaurante más aparente del lugar en el que hubiera alcohol. Aquí la mayoría de los sitios no sirven bebidas alcohólicas y para Hitoshi comer sin unas cervezas es como no comer, así que era la única opción.

En lugar era en realidad era una especie de Tex Mex bastante indio en el que tuve que darles un cursillo al francés y al japonés de comida mexicana y no es que yo sea un experto…

Como nos suele pasar, nos quedamos los tres solos en el local, rodeados por las decenas de camareros que tienen por aquí en cada restaurante, mirándonos con unas gélidas sonrisas que intentaban a la vez ser lo suficientemente serviciales para sacarse una buena propina extranjera y los suficientemente significativas para expresar lo que tenían en mente: “Idos ya guiris del demonio, que son casi las 23:00 y me quiero ir a casa.”

Nos fuimos, sí, nos fuimos. Salimos a las inmediaciones del, por aquel entonces, desierto centro comercial y nos dedicamos a la ardua tarea de encontrar un rickshaw a esas horas, que no nos cobrase cinco veces más. Había pocos autos y nos pedían el oro y el moro, cosa que pone de los nervios a Hitoshi. Allí estaba también una pareja india dedicándose a lo mismo y la situación era tan absurda que empezamos a hablar y a reírnos de aquel extraño momento.

Evidentemente, era unos pijazos que trabajaban en Hi-Tech City. El chico hablaba un poco de francés y se puso a departir con Antoine y la chica nos previno sobre Hyderabad:

-Esta ciudad es un súper muermo… O sea, tenéis que ir a Goa o a la playa, porque aquí no hay nada… Es un aburrimiento… Y la gente es taaan cateta.

Como podéis imaginar, enseguida me cayó “genial” la chiquita. De todos modos, los conductores, viendo que nos poníamos a charlar allí mismo nos hicieron una rebaja exprés. Nos despedimos de la parejita, nos montamos en el auto y llegamos a casa, no sin alguna otra aventura que contaré en otro post.

Ese fue mi día de Noche Buena. Al día siguiente, además de ir a una pizzería (y comer pepperoni que aquí es un lujo) y hacerme por fin un número de teléfono de Vodafone (que esa es otra que ya os contaré, ya…) me dediqué al recogimiento espiritual y a hablar por skype con quien pude encontrar.

Solo me quedaba una semana de trabajo para poder disfrutar de la “gran” fiesta de Nochevieja a la que Hitoshi y yo nos habíamos apuntado. Pero como de costumbre, he hablado más de la cuenta, así que dejaré mi aventura en Año Nuevo para el siguiente post.

Sed buenos… que Papá Noel lo ve todo…