viernes, 9 de marzo de 2012

Bombay, Mumbai son un paraíso…


Como muchos habrán deducido, en India a Bombay la llaman Mumbai. Sí, le cambiaron el nombre sin consultárnoslo. Eso sí, sigue siendo la ciudad más poblada de India y la cuarta de todo el mundo. También es la urbe más rica del país y la cuna de Bollywood.

La ciudad fue colonizada por los portugueses (es gracioso cuando vas en el tren y oyes el nombre de alguna parada en portugués) y por los ingleses, claro. Los colonizadores transformaron las siete islas que formaban la región en la ciudad portuaria que ahora conocemos.




Esta city cosmopolita fue la segunda parada del periplo que Hitoshi y yo realizamos en India y cuya visita os voy a contar en primer lugar. Recordad: deconstrucción.

Llegamos a Mumbai a las 5:00 de la madrugada más o menos. El sleeper nos dejó en una calle que no sabíamos ni cómo se llamaba, ni dónde estaba, ni nada.  Nosotros estábamos ateridos de frío, medio dormidos, hambrientos y algo mareados. Por eso, en cuanto recobramos el uso de nuestros cuerpos, intentamos buscar un rickshaw que nos llevase a desayunar.

Nos encontramos así con las primeras diferencias con respecto a Hyderabad: Una es que en el centro de la ciudad no pueden entrar los rickshaws, pero hay muchos taxis y son bastante económicos. La otra fue más impactante… ¡nadie hablaba inglés!

A ver, no es que en Mumbai en general hablen menos inglés que en Hyderabad, pero aquí, mal que bien, los conductores suelen entenderte y si buscas siempre encuentras alguno que habla inglés lo suficiente, mientras que en Mumbai los drivers, tanto de taxis como de rickshaws, no sabían decir ni yes.

Superado el shock del idioma conseguimos que un tipo entendiese que queríamos desayunar. Nos montamos en su taxi y nos cruzó como media ciudad en busca de la cafetería perdida. El tipo nos estaba dando una vuelta de órdago, pero viendo que realmente en la calle todo estaba cerrado y que el taxímetro arrojaba unas cifras irrisorias, no nos preocupamos.




No nos preocupamos hasta que llegamos a nuestro destino. El tipo abandonó una calle principal y nos adentramos en una avenida oscura (seguía siendo de noche), sucia y siniestra. Unos extraños bultos se movían por los arcenes. Forzando la vista descubrí que eran decenas y decenas de personas durmiendo en la calle. El barrio tenía pinta de musulmán y los almuédanos no tardaron en inundar el cielo matutino con sus cánticos.

Creo que el tipo nos había traído a su barrio, a dónde él debía desayunar y era… ¡el horror! El hotel o como se llame, al que nos llevó era digno de un remake de cualquier peli del llamado “terror mierda”. Además, el tipo empezó a pedirnos cantidades exorbitadas de dinero cuando el taxímetro marcaba unos dos euros. Le pagamos lo que marcaba y salimos de allí pitando.

Volvimos a la avenida ominosa donde, cual video de Thriller, la gente empezaba a levantarse con movimientos sincopados y extraños gemidos ahogados por los rezos coránicos. Algunas personas llevaban mantas donde guardaban lo que parecían prendas de vestir y se empezaron a arremolinar mujeres rebuscando entre la ropa de manera semi violenta, como en un remedo siniestro de las rebajas del Corte Inglés.

Hitoshi y yo apretamos el paso sin importarnos el desenlace de aquella escena, presurosos por llegar a la carretera principal. Una vez allí empezamos la titánica tarea de conseguir un taxi que nos llevase a nuestro hostel. De nuevo nadie hablaba inglés y nadie sabía dónde estaba la calle ni el barrio de nuestro destino. A la enésima vez encontramos un tipo que dijo que se atrevía a llevarnos y fue suficiente para nosotros.




Volvimos a cruzar la ciudad, iluminada ahora por los rosados dedos de la aurora que manoseaba con igual impudicia rascacielos y vertederos, mansiones y chabolas… Mumbai era muy distinta de Hyderabad pero seguía siendo India.




Nuestro taxista nos dio vueltas y vueltas y fue preguntando a unos y a otros mientras Hitoshi llamaba a nuestro hostel para conseguir mejor información. Uniendo los esfuerzos de medio Mumbai llegamos a nuestro destino.

Cuando subimos a la “recepción” nos dijeron que aunque ese era nuestro hostel nos iban a llevar otro por… oscuros motivos, la verdad. Cuando leáis nuestra aventura en Aurangabad entenderéis que en vez de recelo sintiésemos un déjà vu. El sitio en el que estábamos hubiese hecho llorar de miedo a Norman Bates, así que ir a otra parte, dondequiera que fuese, no parecía mala idea.

Un chofer de la casa de huéspedes nos llevó a nuestro hostel de verdad que estaba solo a unas manzanas de distancia, justo en un barrio en el que se acababan las casas y empezaban las chabolas. El lugar es sí era mejor que el anterior, pero el sitio estaba hecho un desastre, con ropa por todos lados, el baño sucio, etc. Realmente era lo normal para un alojamiento económico de esa clase en Mumbai, pero a mí se me estaba atragantando un poco la ciudad. La verdad es que tuve cierto bajón en ese momento.






Bombay, Mumbai o como la quieras llamar no me estaba pareciendo un paraíso en absoluto. Revolcándome en mi decepción, en vez de irme a dormir como Hitoshi, me quedé solo, sentado con aire melancólico en el salón de aquella casa (pues eso es lo que era el supuesto hostel), llena de adornos horteras de todas partes del mundo.

Poco a poco, los otros huéspedes se fueron levantando a tomar el desayuno (tortilla francesa y té) y a departir alegremente. Empecé a hablar con una chica argentina y con un chico catalán y solo con poder usar el castellano ya me vine un poco arriba. Después conversé con un fantástico vejete estadounidense y terminé de cambiar mi ánimo del todo. Para cuando Hitoshi se despertó yo ya estaba en mi salsa con la gente del hostal y preparado para vivir más aventuras en la ciudad más grande de este inmenso país.

No teníamos ningún plan, no había mirado ni una guía de Mumbai, ni siquiera me había metido a la Wikipedia, de modo que nuestra singladura se prometía interesante. Pero este post solo tenía que ser una introducción a la ciudad de Bombay, a partir de aquí nos esperan unas semanas con las cosas más curiosas de la ciudad. Confiad en mí, merecerá la pena.




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