domingo, 29 de abril de 2012

Una belga, un alemán, un japonés y un español

Mi  vida se ha puesto un poco patas arriba desde la semana pasada.

Lo primero ha sido la llegada a mi curro de dos nuevos profesores: Alexa y Lars. Son una pareja de veinteañeros muy majos que se las han apañado para que les contraten en la misma empresa… ¡Qué tíos!

Alexa es belga y viene a sustituir a Antoine, que creo que aún sigue de vacaciones en Sri Lanka. Lars es alemán y además de enseñar la lengua de Goethe, va ayudar al equipo de animación.

Como ya no cabemos en nuestra casa/oficina, los profesores nos hemos mudado a otra casa. Se trata de un apartamento en la cercana Road No. 6, aún en Banjara Hills. La verdad es que es una casa muy resultona e inmensa, como son por aquí. Mi cuarto tiene aire acondicionado normal y aunque he perdido mi antiguo baño y ducha occidental, creo que he salido ganando.


Que no... Que esta no es mi casa.
Es la que hay enfrente... Sigh...


Hitoshi y yo hemos hecho la mudanza, aunque todavía nos queda esperar a que los transportistas muevan la nevera, la bombona de butano y algunos muebles. Por ahora estamos un poco a caballo entre las dos casas, sobre todo yo, por el hecho de que en la nueva casa Internet no funciona y para mí eso es más importante que el agua (aunque tampoco tenemos real drinking water), sin agua se puede vivir, pero sin Internet no.

Sigo estando en un buen barrio, pero ahora en vez de en una calle principal, estoy en una pequeña y escondida, al lado de un edificio en construcción y no muy lejos de uno de esos contenedores de basura donde viven las ratas y que los indios prenden fuego de vez en cuando.




Cada vez que paso por allí el olor es nauseabundo y a veces se pueden ver bellas estampas como un perro devorando en cadáver de un gato y cosas así. Para mantener la higiene (je, je…), matar a las ratas o qué sé yo, un indio con un chaleco reflectante esparce una especie de polvos de talco alrededor del foco de inmundicia. Parece más un ritual que una actividad racional, pero…





Ahora vivo en un edificio grande, de varias plantas, con varias familias... aunque yo sigo viviendo en un bajo, nada más entrar a la urbanización, cerca de la caseta del watchman.






Cuando llegué a mi cuarto yo sí que me puse a limpiarlo todo y eso que la habitación no estaba tan sucia… para ser India. La anterior inquilina fue una chica y la verdad es que tenía el cuarto todo lo curioso que se puede tener por aquí. Aún así, traté de desinfectar un poco.




El calendario en el que cuentos los meses
que llevo y tacho los días que ya he pasado...


Está claro que no lo conseguí, porque tras dos días durmiendo en la cama nueva me salió una especie de sarpullido rojo en el cuello que achaqué a las almohadas, las sábanas o qué se yo. Al día siguiente volví a mi antigua casa y lavé compulsivamente todo lo que puede con jabón antibacteriano y parece que se ha solventado el problema.





Y es que a la lavadora de la casa nueva (que por cierto, más allá de ser de buena marca, es igual que la anterior) le faltaba una pieza, que por fortuna ya tenemos. De nuevo, me sorprendí al ver que la washing machine estaba comida de m**rda.  Debe ser una tradición.





También tenemos una cocina hermosa en cuanto a tamaño, pero un poco cutre. Ahora vamos tirando con la reserva de gas y estamos esperando a que nos traigan otra bombona, que aquí hay que echar una instancia (literalmente). Por ahora, los únicos que han cocinado son Lars y Alexa, pero poco.



Hay que limpiar mejor, ¿eh?

Nevera de la Nancy... Minimalista...


Lo más chulo de mi nueva casa es el inmenso living room que tiene como tres zonas: una con sillas de forja y una mesita de té, otra con sillonacos y una tele y luego un comedor con una mesaza inmensa (tamaño partida de rol multitudinaria) y su típico lavabo aledaño. Los indios comen sin cubiertos así que es muy común que tengan un lavabo al lado del comedor.







Eso amarillo que apenas se aprecia
es el Jungle Speed, pues resulta que
a Alexa le van los juegos frikis.



Sí, habéis oído bien, tengo una televisión y funciona. Por desgracia no tenemos TDT, así que nos da un poco igual. Ahora echo mucho de menos mi X-Box, pero qué se le va a hacer.




Lo que tampoco tenía nuestra casa era cerradura. Aquí las casas, muy comúnmente, tienen un cerrojo que se hecha por fuera. Estaréis pensando que si el cerrojo se echa por fuera cualquiera que pasa te podría encerrar dentro de tu propia casa… Pues sí, tenéis toda la razón, es perfectamente posible, sin embargo parece ser que, por fortuna, aquí no hay nadie tan “gracioso”.

Nuestra casa solo tenía ese cerrojo y un candado con una sola llave, así que lo teníamos crudo para vivir cuatro personas. Por fortuna, el carpintero ya nos ha puesto la nueva cerradura y ya tenemos nuestras cuatro llaves. No es que la cerradura tenga pinta de ser inexpugnable ni mucho menos, pero vamos tirando.

Coincidiendo con la mudanza, resulta que los dos supermercados que nos pillaban más cerca han cerrado. Eso me deja con un paseíto (que con el calor y las bolsas es un paseazo) hasta el Nature Basket, el hipermercado más pijo y más caro de la ciudad. Está bien porque tienen productos extranjeros, pero son un poco careros.

La otra opción es cogerse un rickshaw de ida y vuelta hasta el más económico y mejor aprovisionado, SPAR. Lo malo es que cuánto más cerca vayas, más tienes que discutir con los drivers para que no se suban a la parra. Además, me siento un poco raro yendo a la compra con “chofer”.

Junto a mi casa hay una de esas típicas tiendas indias llamadas medical and general store, es decir: farmacia con algo más. Ese algo más incluye patatas fritas, helados y refrescos, así que sé que tengo cerca todos los componentes de una dieta equilibrada. De hambre no me muero, ahora de colesterol, diabetes, ascopena… no sé.




De todos modos, está bien vivir en un lugar distinto del que trabajas y para llegar a mi curro no tengo que cruzar ninguna road. En cuanto funcione Internet, estaré contento en mi nuevo hogar.




Ya os contaré cómo va la cosa en nuestro “apartamento para cuatro”, aunque ahora es solo “para dos y medio” ya que yo estoy que voy y que vengo y Hitoshi se acaba de tomar sus merecidas vacaciones y se ha ido a visitar a unos compañeros suyos nipones que enseñan japonés en Corea y en China.

Como creo que he dejado entrever en alguna ocasión, a Hitoshi no le entusiasma India, así que, además de viajar, que es su hobby número dos (tras la cerveza), va a ver cómo está la cosa por esos lares.

Yo me relajaré de esta ajetreada semana viendo los Vengadores en el IMAX 3D que hay aquí y pasando un agradable domingo en el jardincito de la piscina de algún hotel de la ciudad, rodeado de sushi, marisco, ternera y mojitos. ¿Qué más necesita alguien para ser feliz?




Yo lo tengo claro… ¡INTERNEEEEEEET!

P.S.: ¿Parezco Enjuto Mojamuto?

viernes, 13 de abril de 2012

¡Happy Holi!


La Luna Llena del mes de Phalgun (que suele ser marzo) señala la festividad más famosa y espectacular de la cultura hindú, el festival de Holi, que muchos turistas conocen como la “guerra de colores”.



Holi tiene diferentes nombres, diferentes rituales y diferentes orígenes según en qué parte de India se celebre. Hyderabad está en el Sur del país, donde Holi es menos importante, sin embrago una fiesta tan popular y divertida no puede dejar de celebrarse. En el Sur tienen otra explicación distinta sobre el origen de la fiesta:

Kaamadeva, el dios de la pasión, quería ayudar a Parvati en su conquista del corazón de Shiva. Para ello, mientras Shiva estaba meditando, Kaamadeva disparó una de sus flechas de amor para que perdiese el interés en asuntos espirituales y se centrase en los terrenales, en este caso, en la belleza de Parvati. Pero, Shiva, sobresaltado en su meditación, abrió su tercer ojo para contemplar a su agresor, reduciendo a Kaamadeva a cenizas con el poder de su mirada sagrada. Finalmente, ante los ruegos de Rati, la esposa de Kaamadeva, Shiva trajo otra vez de vuelta al dios de la pasión.




Es por eso que Holi transcurre en dos días. El primero es la víspera del Holi propiamente dicho. Al anochecer, la ciudad se llena de hogueras que conmemoran el sacrificio de Kaamadeva y cuyos rescoldos se pueden conservar como talismán.

Al día siguiente es cuando se produce la “batalla de colores”, la gente sale a la calle o se reúne en jardines o fiestas privadas al aire libre, para lanzarse unos a otros pigmentos tradicionales de todos los colores.

Holi es en realidad una fiesta del comienzo de la primavera y esta “guerra colorida” también tendría su explicación tradicional: Antiguamente, el cambio de clima en la primavera traía fiebres y enfermedades. Por ese motivo se esparcían polvos realizados con hierbas medicinales de la tradición Ayurveda. De hecho, los colores que se usan aún hoy están hechos con productos naturales que no dañan la piel y no arruinan la ropa (más o menos, claro).




Por aquellas fechas de Holi yo había trabado amistad con un grupo de españoles que también están viviendo aquí, quizá os los presente como se merecen en otra ocasión, ahora baste con decir que varios de nosotros decidimos juntarnos y buscar jarana en la calle para celebrar el Holi como Shiva manda.

Lo primero pues, era agenciarse los colores de marras el alguno de los puestecillos callejeros que habían brotado como setas con motivo de la fiesta. Hay dos tipos de colores: unos son polvos (parecidos al talco) llamados gulal o abeer y otros son una especie de terrones que se mezclan con agua, conocidos como rang. Además, se pueden comprar globos de agua, los típicos empapadores llamados pichkari, pistolas de agua, etc.




Los gulal abarcan una gran gama de vivos y bellos colores, pero el rang (que tradicionalmente se hace con extractos de flores) solo existe en color rosa, ese es el motivo por el que el rosa suele ser el color predominante en las fiestas de Holi.

Una vez me hube aprovisionado de armas y municiones para la particular “guerra”, me reuní con mis amigos y nos fuimos a buscar “la movida”. Como buenos españoles, no nos habíamos preocupado mucho de organizar las cosas con tiempo ni a conciencia. Además, nos habíamos levantado un poco tarde, teniendo en cuenta que el Holi es tradicionalmente un festival matutino. Es por esto que nos costó encontrar un lugar donde la gente estuviese “jugando” al Holi.




Tras recorrer media ciudad, unos hacinados en un rickshaw y otros en una moto, por fin encontramos, en un barrio humilde de “la ciudad vieja”, una calle donde menudeaban los puestecillos de colores, había rastro de la “batalla” y mucha gente ya bastante “coloreada”.






Tímidamente, empezamos a echarnos colores entre nosotros y a recorrer las calles, pero, como habíamos predicho, en cuanto los indios vieron un grupo de guiris jugando al Holi, se pusieron como locos a “combatir” contra nosotros. De modo que varios tolis (no es un insulto, es como se llaman los grupos del Holi) se nos acercaron para lanzarnos colores.

La verdad es que la cosa era muy divertida y la gente en general era amigable. Es verdad, que los indos son un poco bestias y te echan los colores en los ojos, en las gafas y a veces se pasan un poco, pero bueno... es la fiesta. Además había por allí algunos policías que velaban porque la cosa no saliera de madre y ciertamente, se tomaron especial interés en proteger a los “blanquitos”.




Pero nada puede detener eternamente la locura del Holi. Otra de las tradiciones de este día es beber una especie de batido llamado bhang, que está hecho a base de leche y marihuana. Solo es legal en Holi, así que muchos se ponen ciegos. No es de extrañar que otros tolis se empeñasen en que bailásemos con ellos al sincopado ritmo de los tambores tradicionales, los dholak.





Tras varias escaramuzas, nos hicimos fuertes cerca de un hotel donde los dueños nos sacaban cubos de agua para seguir disparando a diestro y siniestro con los pichkari. Hay que decir que, si bien los colores en sí son famosos por su inocuidad, teniendo en cuenta cómo es el agua de India, no sé cómo no pillamos algo malo… pero bueno, era la fiesta.




Desde nuestro “campamento base” disparábamos a todo aquel que pasaba con la ropa manchada y nos enzarzamos en una verdadera “guerra de guerrilla” con uno grupo de indios bastante numeroso.




Aquí ya vinieron algunos problemillas, unos porque los indios no tienen medida y son capaces de tirarte un globo de agua desde un cuarto piso (¡Auch!) y otros porque en nuestro grupo había mujeres y algunos indios, con la tontería de los colorines, pues se tomaba más libertades de las normales y encima podían decir “no, si solo quiero echarte unos polvos”, con la mayor impunidad.




Por eso las chicas se mantuvieron en un discreto segundo plano, haciendo estas preciosas fotos que veis y por eso los indios se cebaron con nosotros en un ataque final en el que ya nos tiraban cubos enteros de agua con colorante por encima.




De todos modos, ya sabéis que los tíos somos todos unos brutos por naturaleza y la verdad es que nos reímos mucho y nos lo pasamos muy bien. Desde luego no nos arrepentimos de haber celebrado el Holi en la calle, en vez de en alguna fiesta para extranjeros en el jardín de algún hotel de lujo.




Así que, completamente teñidos de la cabeza a los pies, volvimos a pillar un rickshaw para salir de allí. El auto en el que nos montamos estaba impoluto de limpio (que ya es casualidad en India), con lo que nos dio un poco de reparo ponérselo a rebosar de pintura, pero bueno… es la fiesta.




Se supone que el resto del día hay que pasarlo en compañía de familia y amigos comiendo juntos y charlando y decidimos honrar también esa parte de la fiesta. Eso sí, como estábamos hechos unos esperpentos que manchaban todo lo que tocaban, nos pillamos comida para llevar en el famoso Paradise y nos fuimos a almorzar a un parque cercano, en plan picnic.




La fiesta tocó pues a su fin. Lo que no sabía es que las secuelas iban a ser tan duraderas. Y es que, aunque una buena ducha te quita el 80% de los colores, todavía te queda un 20% que hace que durante unos días tengas una pinta poco sería y que todos te pregunten “¿lo pasaste bien en Holi, eh?”. En mi caso, tuve las uñas pintadas de color rosa Barbie durante una semana y parecía que me había dado mechas rosa chicle.

De hecho, fui a cortarme el pelo para olvidarme ya de Holi de una vez, pero cuál no sería mi sorpresa al descubrir que hay varios rodales de color que no se me van ni del cuero cabelludo, amén de que el poco flequillo que llevo sigue con reflejos rosa. Si la cosa no se me va, a lo mejor cuando vuelva a España me tengo que rapar al cero. Eso o teñirme todo el pelo de rosa…

No sé qué es peor…




lunes, 9 de abril de 2012

Aurangabad


Y aquí está la última pieza de este puzle espacio-temporal que ha sido nuestro viaje a Aurangabad, pasando por las Cuevas de Ellora y llegando a Mumbai. En un postrero alarde de deconstrucción hoy termino con la primera parada de nuestra aventura.




Aurangabad es una ciudad pequeña, pero una de las que está creciendo a un ritmo más acelerado en el mundo. Se encuentra en el estado de Maharashtra y está considerada su capital cultural debido a la proximidad de maravillas como las Cuevas de Ellora, las Cuevas de Ajanta o el Bibi Ka Maqbara. Su nombre significa “construida por el Trono” y también se la conoce como “la ciudad de las puertas” por los 52 pórticos de gran tamaño que vigilan la ciudad.




Llegamos a Aurangabad de buena mañana. Nada más bajarnos del autobús, una horda de autorickshaws drivers se arremolinó en torno a nosotros como buitres. Hitoshi, que apenas se había despertado, se los quitó de encima con un par de Kame Hame Ha. Según mi colega nipón, podíamos ir andando a nuestro hotel sin problemas.




Aurangabad me recordó a unos de esos pueblos del Lejano Oeste, donde una carretera que recorre el desierto está jalonada de una docena de casas y cuatro o cinco comercios. No me entendáis mal, la ciudad es mucho más grande que eso, pero camines por donde camines esa es la sensación que te da. Siempre parece que la ciudad se va a acabar en la siguiente esquina, hasta que llegas a la esquina de marras y empieza otro remake de decorado del Far West.




Nuestro hotel resultó ser un modesto edificio de la “Calle Mayor”. Al entrar, un iraní con cara de pocos amigos se quejaba a grito pelado de la burocracia india. Al parecer, para registrarse en el hotel no solo le hacía falta el pasaporte, sino el Permiso de Residencia.

Me giré como un relámpago hacia Hitoshi que puso una de sus habituales expresiones inexpresivas. En ese momento pude oír claramente el sonido de un flashback de perdidos:

JJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJ…


Entro en nuestra oficina y me encuentro a Hitoshi enfrascado en la preparación del viaje. Aunque viajar siempre es algo ilusionante, lo complicado que es todo en India no me permite relajarme.


-Oye, Hitoshi, ¿de verdad que solo necesitamos el pasaporte para movernos por India, registrarnos en los hoteles y eso? ¿No nos hace falta el Permiso de Residencia?


-No, no, solo el pasaporte.


-¿Seguro? Es que preferiría no llevármelo, pero si es necesaria…


-No, no, lo he consultado, no hace falta. Es mejor que no los llevemos.


…JJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJ

Hitoshi y yo, tras una breve conversación entre susurros, decidimos hacernos los idiotas en la medida de lo posible (tarea sencilla, por otra parte) y tratar de ir por las buenas, rozando la penita si hiciese falta.

Cuando por fin nos atrevimos a hablar con el recepcionista, este nos dijo que había un problema con nuestra reserva y que este no era el hotel donde nos íbamos a hospedar, que esperásemos un momento y enseguida nos llevarían en un minibús a nuestro hotel. Nos quedamos un poco flipados, pero pensamos que el cambio podría obrar en nuestro favor.

De todos modos yo pregunté si esto no afectaría al precio de las habitaciones, ni tendría más extras, ni nada. El hombre me dijo que claro que no, que nuestras habitaciones ya estaban pagadas por supuesto y que si alguien nos pedía más dinero no le diésemos ni una rupia. Aunque os parezca mentira, me quedé más tranquilo.

Vino la guagua, nos montamos con un montón de indios y llegamos al otro hotel que estaba solo a dos manzanas de distancia (es el trayecto en bus más corto que he hecho en mi vida). El hotel en cuestión estaba más escondido pero era más grande y tenía mejor pinta, al menos por fuera. Por dentro parecía que aún lo estaban terminando y que sufría una huelga de servicios de limpieza, pero bueno… esto es India.





Dejamos nuestras cosas en la habitación. Nuestra room era pequeña, sencilla, con un cuarto de baño repleto de bichos que daba un poco de ascopena y dos camas: un catre enano de aspecto enclenque y una pedazo de cama de matrimonio. Yo le dije a Hitoshi que ya que él lo había organizado todo yo dormía en la cama de la Nancy, pero él insistió en que él era más delgado y más pequeño y que era mejor que yo durmiese en la cama grande. No pude más que aceptar.

Tras un breve descanso nos dispusimos a ver las maravillas de Aurangabad. Sin embargo, al volver a pasar frente a la recepción el encargado nos alertó de que había un problema: necesitaba nuestros Permisos de Residencia. ¡Nada, que nadie escapa a la burocracia india! Me puse en modo milonga, pero no parecía surtir mucho efecto.

Plan B: Le dije a Hitoshi que si llamábamos a nuestro jefe este podría hacer unas fotocopias de nuestros RPs y mandarlas por fax. Como fue Sharad, nuestro patrón, el que le dijo a Hitoshi que los RPs no hacían falta, tenía la obligación moral de ayudarnos. Hitoshi llamó a nuestro jefe y este dijo que sin problema. Pasamos a Sharad con el recepcionista y el chaval se quedó contento.

Hitoshi, después de despedirse de nuestro boss, me comentó que este le había dicho que no volviésemos a tocar el tema y evitásemos la recepción. Le respondí que sospechaba que Sharad se había camelado al tío, pero que no le iba a mandar nada, hipótesis con la que el nipón estuvo completamente de acuerdo.

Salimos de allí con la tranquilidad de saber que, como nos íbamos mañana por la mañana, poca importancia tenía ya si mi jefe cumplía a no: cuando el pastel se descubriese estaríamos en Mumbai. Además… esto es India.




Cogimos un rickshaw con rumbo al Bibi Ka Maqbara (Tumba de la Dama). Se trata de un mausoleo construido por el príncipe mongol Azam Shah a finales del Siglo XVII como una muestra de amor a su madre. Su “parecido” con el Taj Mahal le ha restado mucha popularidad. De hecho se construyó para rivalizar con el famoso monumento, objetivo que quedó muy lejos por la falta de dinero. Es por eso que también se le llama “el Taj Mahal del pobre”. Aquí se le conoce como “El Taj del Deccan”. A mí me gusta llamarlo Taj Mahalito.












Tras recorrer el mausoleo y sus jardines y después de habernos convertido de nuevo en la principal atracción turística dentro de una atracción turística, tomamos otro rickshaw hasta las cercanas Cuevas de Aurangabad. Sí, aquí por cuevas no será. Estas son 12 capillas budistas excavadas en los siglos VI y VII. Son las hermanas pequeñas de las Cuevas de Ellora y Ajanta, pero también representan una muestra excepcional del arte y la cultura de este país.











El rickshaw, que nos esperaba a la entrada de las cuevas, nos volvió a llevar a la ciudad. Cruzando por el casco antiguo nos quedamos atascados debido a una especie de procesión/celebración de los Hare Krishna que paralizaba esa zona de la ciudad. El driver estaba algo molesto, pero a nosotros nos interesó el evento, así que nos bajamos y le pagamos el precio completo.




Como si fuera una procesión de Semana Santa, la gente se extendía por ambos lados de la calle observando el desfile. La avanzadilla la formaban un grupo de los típicos tipos con túnicas naranjas y la cabeza rapada. Un par de ellos llevaban unos altavoces que propagaban el famoso single de los Hare Krishna, mientras que los demás bailaban de tal manera que harían palidecer de envidia a cualquier pastillero de la antigua Ruta del Bakalao. Tras ellos, otros tipos tiraban de unas cuerdas que estaban atadas a una inmensa carroza. La carroza se movía por sí sola, aunque las cuerdas creaban la ilusión de que los fieles tiraban de ella. Y finalizando la marcha, más devotos, sobre todo mujeres, cantaban y bailaban al son del Hare Rama mientras lanzaban pétalos de flores.




La carroza era una impresionante y colorida mole con una especie de trono desde el que un hombre de venerable aspecto se desgañitaba para que el micrófono transportase su voz en directo sobre la base de percusión creada por los demás Hare Krishna. Desde el gran carromato, otros devotos iban repartiendo bebidas y refrigerios a los participantes de la procesión.

Ya os he dicho que en este país a cada paso te encuentras con impresionantes sorpresas, unas buenas y otras malas. Esta fue muy grata, aunque tuvo su reverso tenebroso: justo en ese momento la cámara de mi móvil se desconfiguró y la de Hitoshi se quedó sin batería. ¿Casualidad? Iker Jiménez tendría algo que decir. Os dejo empero estos dos vídeos. Si los fusionáis en vuestra mente y echáis un poco de roña por encima, se acercará a los que vimos nosotros.





Tras el paso de la comitiva nos dedicamos a recorrer el casco antiguo de Aurangabad. La zona estaba repleta de bazares llenos de productos típicos y todo tipo de artesanía. Nos perdimos por esas estrechas y empinadas calles, donde un templo en honor a Ganesh daba paso a una tienda de especias y un cine compartía pared con unos baños públicos.






El enésimo rickshaw del día nos devolvió a las inmediaciones de nuestro hotel y como todos los anteriores, su conductor nos mostró sus tarifas y nos ofreció sus servicios para llevarnos a las Cuevas de Ellora. Rechazamos su oferta como todas las anteriores, pero la verdad es que se acercaba la hora de tomar una decisión y aceptar alguna.

Tras nuestro estudio de mercado ya teníamos en la cabeza lo que era un precio justo. Dimos dos pasos y apareció otro conductor de rickshaw. Negociamos un precio que estaba bien, aunque el tipo era un listillo que al multiplicar un número por dos le sumaba diez y cosas así. Le dije a Hitoshi que si le parecía bien y me dijo tímidamente que sí. De este modo, el “alegre rufián” quedó en mandarnos a su primo a primera hora de la mañana.

Yo me había quedado contento, pero Hitoshi estaba pensativo. Allí empecé a aprender otra cosa sobre la cultura japonesa: no pueden decir que no. Para los nipones negarse, decir que no, es algo de muy mala educación, por eso se había visto obligado a decirme que el trato le parecía bien ante mi insistencia. El caso es que no puedes hacer este tipo de preguntas directas a un japonés y tienes que tratar de entender su lenguaje no verbal como hacen ellos, pero yo no soy muy bueno en eso.

Hitoshi quería seguir preguntando a otros conductores. Yo le dije que a mí eso sí me parecía mal, porque teníamos un trato con ese hombre, le habíamos dado nuestra palabra y para mí eso era importante (yo soy así). Le comenté que si el problema es que le parecía caro, ya que había sido mi negociación lo pagaba yo, pero él no podía aceptar eso. Él estaba dispuesto a esperar a nuestro conductor y disculparse ante él si eso era importante para mí. ¡Qué tío!

Su preocupación no era el dinero, era que no se fiaba del pícaro con el que habíamos hablado, aunque eso lo tuve que deducir yo. En estas se nos acercó otro conductor y “Un Samurái” se puso a preguntarle tarifas de nuevo, con tan mala fortuna que el “carismático sinvergüenza” de antes nos vio y nos dijo que si había algún problema. Se puso a increpar al otro driver, que se largó malhumorado, y nos preguntó si todo estaba bien. Yo le dije que sí, que no había problema y si marchó más o menos contento. El que no estaba feliz era Hitoshi, pero aceptó la situación con resignación.




A la mañana siguiente nuestro nuevo conductor estaba esperando impaciente ante la puerta. Era un joven musulmán alto, barbudo y de buenas maneras que aunque trató de llevarnos “al bar se su primo”, “a la tienda de su cuñado”… con un poco de asertividad nos puso en Ellora en un santiamén. Quedamos con él en una hora de regreso y nos dijo que allí esperaría, salvo un ratico que iría a la mezquita pues era viernes. Todo bien… en principio.

La visita a las cuevas ya la conocéis, sabéis que vimos todo, todo y todo, lo que hizo que llegásemos un poco justos a la cita con el conductor. Hitoshi, que como buen japonés es un gran amante de la puntualidad, iba un poco preocupado, pero yo le dije que solo eran unos minutos y que… esto es India.

-Thak you for waiting.- Le dijo mi compañero al conductor.

-My pleasure!- Respondió este.




Tras volver a rechazar más invitaciones del driver para conocer los negocios de sus amigos y vecinos, volvimos al hotel donde recogeríamos nuestro equipaje antes de ir a la estación de autobuses. Pero cuando estoy cogiendo mi mochila veo como el rickshaw se larga corriendo.

-¿Qué pasa? –Le pregunto a Hitoshi- ¿Por qué se va?

-Le he dicho yo que se fuera. –Me respondió el nipón.

-¿Por qué? ¿Le habíamos pagado por llevarnos a la estación?

-Es que no me gustaba…

-¿Por qué?

-Porque cuando le he dicho “Thak you for waiting” me ha contestado “But late!”.

-Nooo, Hitosh!. Te dijo “My plesure!

-¿”My pleasure”? ¿En serio?

Hitoshi volvió a poner esa cara inexpresiva de cuando hace alguna “hitoshada” y dijo que no me preocupase, que sabía dónde estaba la estación de autobuses. No dudo que supiese dónde estaba, pero desde luego que no sabía cómo llegar quedó demostrado a los pocos metros. Yo estaba al borde de la desesperación, pero debo admitir que Hitoshi fue preguntando pacientemente una y otra vez hasta que llegamos a la maravillosa estación de autobuses de la que saldría nuestro sleeper.

Ese día descubrí que cuando a Onichi San se le mete algo en la cabeza, para bien o para mal, es mejor seguirle la corriente, porque ni la propia realidad le sacará de su empecinamiento. La verdad es que estoy haciendo un máster en “Relaciones Internacionales”.

Y así termina mi “viaje alucinante” por India. Espero que ahora todo encaje como un rompecabezas cósmico y que no os quede ninguna duda salvo… ¿Porqué transcribo nuestras conversaciones en castellano y cito otras en inglés…?

Pero esa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión.