viernes, 17 de febrero de 2012

Golkonda Fort

Vivo más rápido de lo que escribo, se me amontonan los temas y dado el desorden espaciotemporal de mi blog, no sé qué contar ni en qué orden. Tomaos mi blog como una de esas pelis de Tarantino donde todo está mezclado y desordenado… los genios somos así.

Como os he dicho en otras ocasiones, los fines de semana me transformo en turista y me dedico a visitar todas las cosas chulas de Hyderabad (que no son muchas, pero no son pocas) como un guiri más (que el fin y al cabo, es lo que soy). Esta vez, Hitoshi, Antoine y yo decidimos dedicar el día a visitar Golkonda Fort.




El Fuerte Golkonda es una ciudad fortaleza que se encuentra a las afueras de Hyderabad y es la principal atracción turística de la ciudad, si bien no es muy conocida internacionalmente y la mayoría de turistas son indios. 

Su historia se remonta hasta el siglo XII aunque lo que es la actual ciudadela fue construida, destruida, construida, reformada… durante cientos de años, hasta el siglo XVII. La dinastía hindú de los Kakatiya fundó este enclave desde el que se extendería el reino de Golkonda, hasta que el emperador Auranzageb acabó con la supremacía del fuerte y la capitalidad de la región se trasladó a la joven ciudad de Hyderabad.

Llegamos pues en un rickshaw y compramos los tickets. Aquí, para los locales estas cosas son bastante baratas, mientras que para los “no indians” pueden valer hasta veinte veces más. A Antoine le parecía indignante, para mí es bastante justo, Hitoshi no se pronunció, no le gusta la polémica.

Sorteando a los vendedores de folletos, planos y postales, conseguimos entrar por la "Fateh Darwaza" (Puerta de la Victoria), rodeada de pinchos para defenderse de los elefantes.

Nada más entrar, nos topamos con lo más famoso de todo el fuerte: “la cúpula de la palmada”, el pórtico abovedado que da acceso al complejo. El nombre viene del impresionante efecto acústico que se produce en él: en teoría, una palmada producida justo bajo el centro de la bóveda puede oírse en el “Bala Hisar” (el pabellón de la cima de la montaña) a un kilómetro de distancia. Este efecto se usaba para avisar con prontitud de la presencia de invasores.

Cada minuto hay un grupo nuevo de indios dando palmadas, gritando y montado bulla de mil maneras para probar el efecto acústico y liarla un poquito, que aquí son muy formales por norma general y hay que desfogarse de vez cuando. 





Tras el soportal, se abren ante el visitante unos plácidos jardines donde la gente se tumba a la bartola o hace mini picnics, algo que me choca en un lugar como este. Y es que en India están prohibidas (o al menos mal vistas) muchas cosas que en España son comunes, pero puedes hacer muchas otras que nosotros prohibimos.

De modo que aquí puedes entrar a las ruinas con tu perro y traerte la merienda y aunque está prohibido tirar basura, e incluso hay papeleras (que son casi un mito en Hyderabad), pues sigues viendo botellas de Mirinda y bolsas de Lay´s Masala.



Lo de "Spanish Tomato" es mentira.


Antes de subir la colina granítica de casi 100 metros de altura que soporta las antiguas dependencias de los Kakatiya, decidimos recorrer todas las cámaras, mini-mezquitas, antiguos, jardines, salas, dependencias, establos, etc. que se extienden hacia todos lados.

Como pasa en muchas atracciones turísticas de India, apenas hay carteles, mapas o cualquier otra cosa que te explique lo que estás viendo. Hitoshi opina que es para que tengas que alquilar los servicios de alguno de los guías que te asaltan a la entrada, pero es que él siempre defiende la teoría de la conspiración.

El caso es que la dejadez con la que se “conservan” muchos monumentos del país tiene su lado malo y su lado bueno. El malo es la suciedad, las pintadas de “Santosh estuvo aquí”, el que no sabes lo que estás viendo… Pero el bueno es que eres libre de moverte por donde quieras, de meterte por los recovecos, de hacer el cabra por ahí, incluso corriendo cierto riesgo, porque ni pozos, ni torres, ni escaleras tienen vallas ni ningún otro tipo de seguridad, es up to you.







Recorriendo a mi bola las oscuras cámaras del palacio, conocí a otro de los típicos habitantes de muchos monumentos indios. Mientras me adentraba en la negrura de un sala sin ventanas un extraño sonido empezó a rodearme, un sonsonete rítmico y agudo. Me adentré un poco más en lo desconocido y un penetrante olor agrio golpeó sin misericordia mis fosas nasales. Nunca había olido el guano, pero lo reconocí enseguida. Miré hacia arriba y unas sombras furtivas me confirmaron que sobre mi cabeza colgaban decenas de murciélagos que descansaban en la más completa oscuridad. Salí de allí escopetado, claro.

De modo que si vais a cuevas o ruinas en India recordad: donde hay oscuridad hay murciélagos y los hay en cantidades industriales.

Rascándome la cabeza, dejamos atrás las ruinas a ras de suelo y empezamos el ascenso de la colina por el sendero que rodeaba la mole de granito. La marcha no era fatigosa y a cada paso mejoraban las bellas vistas que uno tenía de Hyderabad.






Por el camino, además de la belleza tanto geológica como arquitectónica del lugar, me llamó la atención la cantidad de sandalias tiradas que había en las peñas circundantes. Me estaba preguntando si obedecería a alguna tradición o algo así cuando vi a una niña pedirle permiso a su madre para quitarse sus chanclas. Cuando la nena recibió el “sí”, lanzó su calzado, toda contenta, por la ladera y continuó su ascenso descalza. Aquí andar descalzo es muy normal, sí, pero lo de arrojar tus sandalias no lo había visto nunca.

Nosotros también tuvimos que quitarnos nuestros zapatos, pero para dejarlos ordenaditos a la entrada de los templos a los que tienes que entrar descalzo. Si abajo los recintos sagrados eran mezquitas, aquí eran templos de la religión hindú.




Aunque mi conocimiento del hinduismo es casi nulo, por lo que creí entender, el templo estaba dedicado a las Deví o Shaktí, es decir, las diosas, que se agruparían en cierta manera como principio sagrado femenino. En las paredes se podían ver murales dedicados a Kalí, que a pesar de su imagen de diosa violenta y oscura también es venerada como Diosa Madre y otros en honor de Durga, “la inaccesible”, que si bien es guerrera, también puede sanar. Ambas se pueden relacionar con Parvati, la esposa de Shivá y madre Ganesh (ya sabéis, el de la cabeza de elefante), una especie de “sagrada familia” que tiene aquí mucha devoción.





Tras recoger nuestro calzado, seguimos subiendo. Entramos en la antigua prisión, vimos más salas y templos, hasta que llegamos a la atracción final, la zona más noble, el “Bala Hisar”. Imitando a las decenas de personas que abarrotaban el lugar, subimos a la azotea a disfrutar de las magníficas vistas de las que gozaban los Kakatiya siglos atrás. También intenté probar si se oían las palmadas del pórtico como contaban las guías, pero no oí nada, claro que con toda la muchedumbre haciendo ruido quizá sea imposible.






Me senté en una almena a descansar y disfrutar de las vistas y el aire puro (todo un lujo en Hyderabad), pero al poco se formó una cola de gente que quería saludarme y hacerse una foto conmigo, unos pidiéndome permiso y otros robándome instantáneas en plan paparazzi. Tuve que levantarme y unirme a Antoine y Hitoshi… ¡Que duro es el trabajo de modelo! ¡Ahora entiendo por qué necesitan drogas!






Ya lo habíamos visto todo y estaba anocheciendo, pero aún nos quedaba la última atracción del Golkonda Fort, el light-and-sound show. Aunque no estábamos muy convencidos de que mereciese la pena, nos bajamos de nuevo a las ruinas de la entrada y compramos los tickets. Entramos a un recinto que había servido de dependencias reales siglos atrás y que ahora contenía un estrado con sillas plegables que me recordó al cine de verano del pueblo de mi padre.




El espectáculo, haciendo honor a su nombre, consiste en la narración por parte de un famoso actor de Bollywood de la historia de Golkonda Fort, mientras se activan unas luces de colores que van iluminando las partes de la fortaleza donde se supone que transcurren los hechos narrados. Todo ello se ameniza con leyendas, poemas, canciones… de la auténtica tradición del lugar.





A mí me encantó, pero creo que influyó el que soy un apasionado de los relatos radiofónicos. La historia de amor entre el joven príncipe y su bailarina me pareció bellísima. Oyendo  los cascos de su caballo mientras se iluminaba el peligroso sendero de la colina que había recorrido o escuchando las palabras de los amantes bajo un escueto árbol que aún persiste hoy día y que brillaba en medio de la noche, yo me emocioné.

Sin embargo, cuando miraba a izquierda y derecha, Antoine y Hitoshi estaban dando cabezadas y ronquidos, respectivamente. Hombre, con la cabeza fría, tengo que reconocer que el “espectáculo”, como tal, no era gran cosa, pero si te interesa la historia y la poesía, me parece una manera amena de disfrutarlas en un entorno mágico.

Después de esto, sí que habíamos exprimido al máximo nuestra visita al Fuerte Golkonda, así que tomamos otro rickshaw y nos fuimos a cenar para poner el punto final a otro día de turismo en la ciudad en la que vivimos, que a pesar de ser un desastre en muchos aspectos, también tiene parajes tan bellos como este. 




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