viernes, 16 de diciembre de 2011

El número ocho

Aunque yo soy incapaz de aburrirme, la verdad es que, una vez hecho un poco de turismo, tampoco hay mucha diversión por aquí. Además, uno se da cuenta de que muchas cosas solo son divertidas según la compañía.
Y muchas otras cosas solo son divertidas en español. Yo mismo, aunque no os lo creáis, soy solo la mitad de gracioso cuando me veo abocado a hablar en inglés. En vez de un genio del humor, me siento… del montón. Ya sé que muchos de vosotros vivís perpetuamente con esa certeza, pero, comprendedme, para mi es algo nuevo.
Este deprimente prólogo es solo la explicación necesaria para que comprendáis que cuando me invitaron la semana pasada a la universidad de Hydebarad a una clase de caligrafía dije: ¡¿Universidad?! ¡¿Caligrafía?! ¡Guau, no me lo perdería por nada del mundo!


Una colega de mi compañero Hitoshi, la señorita Yumi Watanabe, nos invitó a Hitoshi, Antoine y a mí a un evento que preparaban los profesores de japonés de la Facultad de Inglés y Lenguas Extranjeras de la Universidad de Osmania: Una clase magistral de caligrafía japonesa.
Hitoshi no quería ir porque Watanabe no es su tipo de persona precisamente (según su descripción es pesada, ruidosa y fea, la antítesis de su mujer ideal). Pero Antoine y yo queríamos ver si en la facultad de lenguas extranjeras había extranjeros (bueno, en el caso de Antoine, extranjeras) y cada uno podía usar su idioma con alguien (en el caso de Antoine, su lengua).
Tras polemizar con unos cuantos conductores de rickshaw cogimos, porque se empeñó Hitoshi, el que nos pedía menos dinero, a pesar de que parecía no tener ni idea de dónde estaba la dichosa facultad.
Una vez en la universidad de Osmania, quedó patente que el tipo estaba más perdido que una cabra en un garaje y tuvimos que llegar al sitio preguntando. La cara del conductor era un poema, pero la propina que le dio Hitoshi supongo que le consolaría.
Watanabe salió a recibirnos y nos llevó al aula dónde se celebraba el evento. En una dura pugna entre el caos de los alumnos indios y el orden militar de los profesores japoneses, no tardamos mucho en dividirnos en ocho grupos. Cada grupo tenía un profesor nipón (en nuestro caso, Hitoshi, claro) que nos enseñaría a hacer un kan ji de nuestra elección y escribir nuestro nombre en katakana.



Pero no temáis, que no me voy a poner a explicaros cómo se coge el pincel, qué son la “tierra” y el “mar”, o con cuántos trazos, en qué orden y en qué dirección se escribe el kan ji para “amor”. No, sois mi familia, sois mis amigos... y os quiero.



No, el protagonista de este post no es la caligrafía, el protagonista de este post es… Ramón.
Cuando estaba intentando pintar el número ocho (el kan ji más fácil que se le ocurrió a Hitoshi, dada mi torpeza) se me acercó un chaval indio que me preguntó de dónde era yo. Al responderle que de España, pegó un bote.
-¡Hermano español! ¿Cómo estás? ¡Yo hablo español bien, pero tengo practicar!
A pesar de que su uso de la sintaxis era equivalente a mear en la tumba de Lázaro Carreter, me hizo tanta ilusión hablar español que me puse a departir con el chiquillo.
Tras decirle mi nombre le pregunté el suyo. Cuando terminó de responderme pensé que me había recitado un poema en hindi, pero no, era su dichoso nombre, al ver mi cara me dijo:
-Tranquilo, yo tengo nombre para mis hermanos españoles, mi nombre español es Ramón.


Mi padre solía decir: “Tienes nombre de tambor, Rrrrrrrramón”. Pero no se lo dije, claro. Resulta que tenía un nombre para sus amigos americanos (Neil Bronson), otro para sus amigos japoneses (que no recuerdo), el suyo y Ramón, claro. Así que para mí es Ramón.
-Yo puedo ser guía en Hyderabad. Yo enseño las cosas buenas de Hyderabad y practico español. Yo quiero ser un link, un bridge, un… yo soy amigo de español.
Cómo resistirse a semejante pico de oro, un Demóstenes redivivo y con el pelo a tazón… y además se llamaba Ramón. Así que, ¡qué demonios!, le dije que “genial” y le di mi mail, mi facebook y… no, Ramón, lo siento no puedo darte mi número de teléfono porque no tengo.
No penséis que era una excusa. Resulta que, debido a ciertos problemas, a día de hoy soy un inmigrante ilegal en india, por lo que no puedo contratar ni teléfonos prepago, que aquí la ley es muy estricta con eso. El asunto es materia de otro post, pero en lo que nos concierne ahora, era cierto que no podía tener teléfono.
La cara de Ramón se puso muy seria y el chavalín me preguntó:
-¿Puedes esperar veinte minutos?
Apenas pude responder un escueto “sí” cuando el tipo salió corriendo rumbo a lo desconocido.
Hitoshi, me cogió de nuevo por banda y me puso otra vez a hacer el “ocho”, que según él, es el número de la buena suerte en Japón (y viendo mi habilidad con la caligrafía, necesitaba toda la suerte del mundo).

 

Quince minutos después Ramón volvió a la clase, se acercó a mí y me preguntó si podría acompañarle afuera. Si no midiese uno cincuenta puede que me lo hubiese pensado, pero si bien se me ocurren muchos adjetivos para describir a Ramón, os aseguro que “peligroso” no es uno de ellos.
Salimos al campus y solemnemente, me entregó un sobrecito que resultó ser una tarjeta SIM.
-Las personas que trabajan necesitan teléfono, porque para el trabajo es importante poder contactar. Usted trabajas y tienes que tener teléfono.
Cuando me sobrepuse a la sorpresa, traté de negarme, claro. Le dije que si no iba a tener problemas, que mi situación se arreglaría en unos días (algo que dudo mucho), que no quería que se molestase… pero fue imposible. De modo que, para no hacerle el feo, le di las gracias y me quedé con la tarjeta.
Volvimos a la clase, donde estaban eligiendo los mejores kan ji, para el concurso final. Ni que decir tiene que escondí el mío, que según Hitoshi, estaba muy bien para un niño de cinco años.





Tras digerir tanta diversión, nos despedimos de todos y cogimos otro rickshaw de vuelta a casa. Debería estar contento, pero todavía resuenan en mi cabeza las palabras que me dijo Ramón al despedirse:
-Ahora estoy muy ocupado, pero dentro de un mes, estoy libre y entonces te llamaré y iremos a todos los sitios de Hyderabad juntos… Y no te preocupes… ¡ahora tengo tu teléfono! ¡Ja, ja, ja, ja, ja…!
En un mes sabré si el número ocho, de verdad, da buena suerte.



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