domingo, 10 de junio de 2012

Turistas 3, La Venganza

Hace mucho que dejé de relatar los atractivos turísticos de Hyderabad y sin embargo aún no he hablado de algunos de los lugares más interesantes de la ciudad. Vuelvo pues a hacer un popurrí de visitas separadas en el espacio y en el tiempo para poner fin, por ahora, a mis aventuras como turista.

Voy a clasificar arbitrariamente los tres lugares que me quedan, en la manida oposición entre cuerpo, mente y alma. ¿Por qué? Pues porque esto es India, un lugar con más de 36 millones de dioses, cuna de la medicina Ayurveda, campo de cultivo del Yoga… así que hay que fliparse un poco y adoptar una visión de hippie new age de vez en cuando.




El Cuerpo: Shilparamam

Empecemos por lo más mundano. La satisfacción de los deseos materialistas. La vanagloria de adornar nuestro cuerpo y nuestro alrededor con meros objetos materiales. Vamos, que os voy a hablar de un tremendo mercadillo donde se pueden comprar suvenires indios a buen precio.




El mercado de Shilparamam, también conocido como “la villa de las artes, los oficios y la cultura” (¡Toma ya!),  comprende 65 acres de Madhapur, en Hi-tech City. Una entrada de 15 rupias te da acceso a este agradable parquecillo.

Puedes encontrar una exposición de rocas de la región (Hyderabad es un lugar interesante desde el punto de vista geológico) con formas caprichosas. Un cartel explicativo te dice qué forma se supone que tiene el mineral en cuestión, pues salvo dos o tres, las demás parecen una patata y poco más.




Hay unos saltos de agua con un lago cruzado por unos puentecitos y recorrido por canoas en las que puedes montar. Al menos puedes cuando hay agua, porque el lago suele estar más seco que la mojama durante parte del año. Hay otro lago al lado que sí tiene agua, lo malo de ambos es la fetidez que pueden producir, aunque este parque no es de lo peores en ese sentido.




Aquí y allá te encuentras con esculturas de arte moderno (que da pena verlas) y figuras de cartón piedra de personas y animales, en plan Smithsonian de baratillo. Forman parte del llamado Museo Rural y representan a fauna que habitaba la región y a antiguos pobladores de la meseta circundante, a tamaño real. No os miento si os digo que hacen que las figuras del Museo de Cera de Madrid parezcan a la altura del David de Donatello.




De hecho hay una estatua muy grande que llamó inmediatamente mi atención. Le pregunté a mi amigo Pentxo que por qué tenían una estatua de ET travestido en ese parque. Él me hizo ver  que era una escultura de la Madre Teresa de Calcuta. Más vale que Dios la tenga en su gloria, porque lo que es aquí…




También hay centros de convenciones, teatros, escenarios cubiertos y al aire libre, etc. donde se llevan a cabo todo tipo de eventos, sobre todo representaciones folklóricas y tradicionales.




Pero lo que da a Shilparamam su fama es el enorme mercadillo que aloja. Decenas y decenas de puestecillos con telas, vestidos, perfumes, tallas de madera, bisutería, juguetes, adornos, cuadros, estampitas de los dioses hindúes… Todo un recital de artesanía y souvenires que hacen las delicias de turistas tanto extranjeros como indios.





La experiencia me parecío un término medio entre comprar en una tienda normal, con los precios más o menos fijos (que esto es India y se puede regatear casi en cualquier sitio) y un verdadero bazar, como los aledaños a Charminar. Aunque hay que discutir el precio y el mismo objeto puede variar enormemente de puesto a puesto, la verdad es que parece que hay más orden que en otros mercadillos callejeros.






El parque también cuenta con restaurantes y zonas verdes para descansar, con lo que se puede disfrutar de casi todos los placeres que necesita el cuerpo.




La Mente: Museo Salar Jung 

Si lo que queremos es cultivar la mente, la ciudad de Hyderabad cuenta con varios museos. Pero sin duda, el más famoso es el Salar Jung. Se trata de un museo de arte, antigüedades y… cosas curiosas, que fue fundado en 1951 por Mir Yousuf Ali Khan, conocido popularmente como Salar Jung III, el último heredero de una noble dinastía local.




Además de al negocio familiar (ser Primer Ministro de los Nizhams, los antiguos gobernantes de la región), Salar Jung se dedicó al mecenazgo de autores locales y al coleccinismo de libros, arte y artículos de lujo, tanto de India como del resto del mundo. Según dicen aquí, la suya es “la colección de arte más grande recopilada por un solo hombre”. Supongo que eso significa que no cuentan las mujeres, porque mi amiga Pilar le gana de calle.




Hoy en día, tras el traslado de los fondos a unas nuevas instalaciones, es el Gobierno del estado quien, a través de un Consejo Autónomo, administra el museo. Sin embargo, se sigue rindiendo tributo a los Salar Jung que cuentan con una porción de las instalaciones dedicada a su memoria.




El museo es un tanto idescriptible. Sus fondos tienen piezas de todas las épocas (desde el Siglo II a.C. al Siglo XX) y de casi todas las regiones del planeta (India, Oriente, Oriente Medio y Europa). Podemos encotrarnos en sus salas con restos arqueológicos, objetos de arte, muebles, juguetes, tapices, relojes, carruajes, coches…






Las instalaciones comprenden tres grandes edificios. La idea es que el el ala Oeste albergue los fondos procedentes de Occidente, el ala Este los de Oriente y que en el edificio central se expongan las piezas indias. Sin embargo, hoy por hoy está todo un poco mezclado y la información que se proporciona al visitante sobre lo que está viendo no es la mejor del mundo.





El museo es inmenso. Se necesitan dos días para verlo a conciencia, aunque la necesidad de verlo a conciencia dependerá del interés que se tenga por ciertas rarezas y antigüedades con escaso valor artístico o histórico. Es más recomendable ir a buen paso por sus decenas de salas y detenerse en lo que de verdad merece la pena.





Más allá de alguna aislada pieza de arte europeo, lo que merece la pena del Salar Jung es, cómo no, el arte indio. Hay cuadros, ilustraciones, estelas, esculturas, tallas, tapices, etc. de casi todas las épocas y estilos que ha conocido el arte del subcontinente.






Sin embargo, no son pocos los Hyderabadi que cuando te hablan del museo, de lo primero que se acuerdan es de las salas para los niños (con una colección de soldaditos de plomo que hace palidecer el escaparte de cualquier Games Workshop) y sobre todo, del reloj mecánico musical que sigue marcando ruidosamente las horas.





Yo me acordé de mis amigos roleros en estos lugares, especialmente en las salas de la colección de armas medievales. Estoy seguro de que le hubiesen encantado a mi amigo Javi, sobre todo las de India, que mostraban un arsenal digno del mejor Caballero de Radamanthys. Es curioso a dónde te llevan las divagaciones de la mente.





El Alma: Birla Mandir 

En Hyderabad hay muchos templos, muchas mezquitas, muchas iglesias… Cada uno es intersante en cierto modo, cada uno cuenta con algo curioso. Sin embrago, me voy a centrar de nuevo en lo más cononocido: el Birla Temple o Birla Mandir.




Mandir, como habréis adivinado significa “templo”, pero Birla no es el nombre de ninguna deidad… o quizá sí, bien pensado.




El Aditya Birla Group es una corporción india cuyo valor se cifra en  treinta mil millones de dólares estadounidenses. Evidentemte es una de las más grandes compañías de India y una corporación a tener en cuenta a nivel mundial.

Fuera de India se dedica a la exportación de materias primas, materiales de construcción y productos químicos cuyos nombres no puedo ni pronunciar. En India son una de esas corporaciones que tocan todos los palos: telefonía móvil, industria textil, cadenas de supermercados, muebles, seguros…




Junto con Reliance son las dos compañias cuyos establecimientos, productos y publicidad uno no puede evitar ver una y otra vez estés donde estés. Entre esta ubicuidad, su política empresarial y su “pegajosa” imagen de marca, consigiuen dar un poco de miedo. Si la corporación Umbrella fuese una compañía real, creo que sería una de estas dos.

Birla está muy preocupada por la RSC (Responsabilidad Social Corporativa, para los que no sean Esther) o eso dice. Así que, además de numerosos programas de desarrollo sostenible, tanto en India como en el extranjero, se dedica a construir templos: los Birla Mandir.

India está llena de estos templos, uno de los cuales está en Hyderabad. Contruido uniendo la arquitectura del sur, la Rajasthany y la Utkala, es una impresinante mole erigida sobre una colina en medio de la ciudad y realizada enteramente con 2.000 toneladas de mármol blanco.




Está dedicado a Venkateswara, también conocido como Rinivasa, Balaji o Venkatachalapati y que sería una forma del dios hindú Vishnu.  Sin embargo, nos podemos encontrar  en el recinto con “capillas” dedicadas a Shiva, Shakti, Ganesh, Hanuman, Brahma, Saraswati, Lakshmi y Saibaba. Sus muros están adornados con gurbani, las enseñanzas de los gurús Sikhs.

Hay dos opciones para disfrutar del Birla Mandir: ir a una hora a la que no suelen acudir los feligreses y disfrutar de la paz del lugar cuando se encuentra semi desierto o visitarlo cuando está repleto de devotos. Hitoshi y yo elegimos la segunda.




Tras subir la empinada cuesta, llena de puestos que venden parafernalia religiosa de todo tipo, se accede al recinto esterior del templo, desde donde ya se tiene una vista privilegiada de la ciudad.

Por supuesto allí hay que dejar tu calzado a cambio de una fichita para recuperarlo luego. Unos taciturnos operarios se encargan de “agilizar” el proceso, mientras te piden propinas por todo, justo debajo de un cartel que reza “Servicio gratuito. No den ninguna propina.”  También te preguntan si llevas cámara de fotos o móvil, pues hay que dajarlo en las taquillas. Las fotos están prohibidas en el templo.




Es curioso el paso del asfalto ardiente al frío marmol, que es continuamente barrido por las trabajadoras del lugar. Aquí no hay suciedad ni despojos salvo las cáscaras de coco, que son una ofrenda a los dioses.




Rodeado de gente, empiezas la ascensión que te lleva desde las “capillas” exteriores hasta el “altar” principal donde se llava a cabo la ceremonia más sagrada. Según asciendes, además de disfrutar de mejores vistas, la aglomeración de gente va en aumento. Se forma una cola que me recordaba a Madrid en Navidad o a una procesión de Semana Santa.

La ascensión fue muy lenta para mí y eterna para Hitoshi, ya que él llevaba peor eso de que los indios se te pegase literalmente al cuerpo e incluso se te intentasen colar en un espacio done era físicamente imposible. Todo eso dando vueltas y vueltas alredeor del recinto superior, desde el cual salía de vez en cuando una tremenda algarabía.




Por fin llegamos al “sancta sanctorum”, donde unos monjes sacaban del sagrado recinto interior, cada cierto tiempo, una llama sagrada y agua del Ganges. Al aparecer con el fuego y el agua lanzaban un verso a la concurrencia que respondía con el beatífico eco de rigor. Los fieles se acercaban a pasar la mano sobre el fuego y hacer lo propio sobre su cabeza y a recibir unas gotas del sagrado líquido.




Uno no se puede detener en el lugar, se debe seguir la corriente de ese río humano que entra por una puerta y sale por otra. Bueno, no todos, porque durante la larga espera, pudimos ver a varias familias que evitaban toda la cola, entraban al recinto y se demoraban allí el tiempo que les parecía oportuno. Era bastante chocante este favoritismo en un lugar de culto, pero bueno, supongo que como dice el refrán castellano: “siempre ha habido castas”.

El descenso del templo se hace por una ruta más espaciosa y lleva menos tiempo. Antes de salir del recinto, eso sí, no puedes evitar darte de bruces con una tienda de artículos religiosos. Se trata de cuadros, libros, estatuas, estampitas... que más que incitarte a la devoción te hacen recordar que estás en un lugar erigido por una empresa privada.




Si lo piensas, es como si en España una gran empresa patria construyese una Catedral en el PAU de Vallecas. La Catedral de Nuestra Señora de Mango (Yo Mango, él Birla, no deja de ser lo mismo...) o algo por el estilo. Pero bueno, supongo que la Iglesia Católica no necesita de la iniciativa privada para meterse en mercaderías.

Con tales reflexiones en mi espíritiu, Hitoshi y yo tomamos un auto hasta nuestro barrio. El trayecto fue rápido y subiendo por nuestra calle yo solo podía pensar en lo curioso que era haber estado rodeado de tal cantidad de gente y ahora subir por una calle en la que no había ni un alma.

Pero, por otro lado… las almas siempre escasean…

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