domingo, 13 de mayo de 2012

Fauna


Eran las dos de la madrugada o algo así. Yo volvía a mi antigua casa después de haber salido por ahí. Subía por la Road No. 7, a la altura de la embajada de Irán, cuando se me acerca un indio con una moto. Me mira unos segundos y empieza a hablarme.

-Hola, ¿qué tal?

-Bien, gracias.

-¿De qué país eres?- Que es la pregunta que más veces te hacen aquí, el famoso “Wich country?

-De España.

-¿A dónde vas?

-A mi casa.

-Venga, sube, que te llevo.

-No, gracias, no hace falta, está muy cerca.

-Qué sí, que sí, que te llevo.

-No gracias, te lo agradezco, pero vivo a unos metros, no hace falta.

-Qué sí, solo quiero ser amigable… Yo te acerco.

Así que me dije, bueno, no creo que este tío consiga matarme en los escasos metros que me separan de mi casa. Así pues, me subí a la moto de un desconocido que se acercó a mí en una calle oscura y desierta… lo normal.

Nada más subir, me di cuenta de que un tipo como este apenas necesita unos metros para poner en riesgo tu vida. Lo primero que hizo fue acelerar, con tan mala fortuna que se dirigió como un misil a otra moto que venía en dirección contraria. Nos esquivamos como pudimos y descubrimos que los dos tipos que iban en la otra moto, eran dos policías, sin casco y si nada, que se pusieron a jurar en hindi o en telugu sobre la estupidez de mi improvisado chófer. Pero se marcharon sin pararnos, ponernos una multa ni nada.

-¿Estás buscando problemas?- Le dije al indio.

-No, no, tranquilo.-Me respondió con voz insegura.

En unos segundos llegamos a mi casa. Me bajé de la moto, le di las gracias y me dispuse a entrar en mi hogar y olvidarme de él.

-Bueno, ¿nos tomamos unas cervezas?

-Eh, no, yo no bebo y estoy muy cansado, hasta…

-Venga, invítame a tu casa.

-Eh, no, esta no es mi casa, es la casa de huéspedes de mi empresa, no puedo invitar a nadie.

-¡Qué tontería!-Hombre, en eso tenía razón- Me invitas a tu cuarto y nos tomamos las cervezas.

-No, lo siento, estoy muy cansado.

-Bueno, pues otro día.

-Claro, claro, otro día.-Dije mientras hacía amago de entrar en casa.

-¿Pero cómo vamos a quedar si no tengo tu número?-No era tan tonto, el chaval.

-Ah, claro, yo te lo doy.- dije sacando mi BB, pues dar un número falso en bien fácil.

-Eh, bueno, no, que no tengo donde apuntar. Un placer, adiós.

-Adiós.

El tipo se fue con su moto a toda pastilla y me dejó solo frente a la verja que cerca la propiedad en la que está mi antigua casa. La verja estaba cerrada, por supuesto, con lo que tuve que golpear la valla como un loco para despertar al watchman (les pagan por dormir, sí) y que me abriera. Le di las buenas noches al famélico anciano que velaba por mi seguridad y él aprovechó para hacer su ronda, que consiste en dar una vuelta a la manzana tocando el silbato y dando golpes con su vara, supongo que para demostrar que no se pasa toda la noche sobando.

Entré a la casa y pasé a la cocina para beber un poco de agua. Cuando encendí la luz, junto a la garrafa de agua, allí estaba ella. Yo me quedé paralizado. Ella se quedó paralizada. Nos miramos durante unos eternos segundos, en los que la quietud de la noche solo era mancillada por los golpes y silbidos del guarda y los lamentos crónicos y espeluznantes de los perros del barrio. Al final, me armé de valor y le dirigí la palabra.

-Buenas noches. –Le dije en perfecto castellano.

-Buenas noches. –Me respondió la rata. Un ejemplar enorme, de un elegante color gris marengo, tiznado por una vida entre la basura.

Evidentemente, me quedé perplejo. De manera atropellada, le hice la pregunta obligada:

-¿Hablas español?

-Soy española. Vivía en el Metro de Madrid.

-¡Yo también soy de Madrid! Pero… ¿qué haces aquí?

-Ya sabes… las ratas son las primeras en abandonar un barco que se hunde.

-¿Eso va con segundas?

-No digas tonterías.-Me dijo, dando paso a otro silencio incómodo.

-¿Y ahora qué hacemos?-Le pregunté al poco.

-Tú dirás.

-Mira, tú te vas por tu lado… yo me voy por el mío… y aquí no ha pasado nada.

Sin mediar más palabras, la rata se escondió en un rincón  y yo subí a mi cuarto. Tras echar a unos lagartos de mi baño (que por supuesto solo hablaban telugu) y matar a un par de arañas que rondaban por mi cama, me fui a dormir algo intranquilo.

A la mañana siguiente, al volver a la cocina, Hitoshi me dice que ha encontrado un gran agujero en la lavadora y que cree que una rata está viviendo dentro del electrodoméstico. Le confieso que yo vi ayer al repugnante animal (si bien me callo lo de mi conversación, pues no quiero dar publicidad a la migración de ratas españolas) y le pregunto qué hacemos.

-Voy a cerrar la lavadora-Pues tenía una portezuela que Hitoshi había abierto para limpiarla.- Y esperemos que se largue.

Aquella semana, cada vez que bajaba a la cocina por la noche, temía encontrarme con mi peludo compatriota… pero no. Una noche me encontré con El Hombre del Sombrero, pero la rata no volvió a aparecer. Quizá porque no quería molestarme, quizá porque Hitoshi empezó a alimentar a los gatos callejeros que rondaban la casa para tratar de formar un improvisado ejército felino… Nunca lo sabremos.

No son pocos los días que me encuentro con el cadáver de alguna rata por las inmediaciones de mi barrio y aunque la mayoría no concuerdan con el color, el tamaño o la forma de aquel roedor madrileño, no puedo evitar que el corazón me dé un pequeño vuelco…

Sé que es una tontería, pero espero que tenga suerte en este país tan duro…

Espero tenerla yo…

Espero que todas las ratas puedan volver al vertedero al que pertenecen…

1 comentario:

  1. Muy grande, Justo... Ojalá podamos volver al vertedero al que pertenecemos... o ojalá que estemos equivocados y el barco no se hunda

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