lunes, 9 de abril de 2012

Aurangabad


Y aquí está la última pieza de este puzle espacio-temporal que ha sido nuestro viaje a Aurangabad, pasando por las Cuevas de Ellora y llegando a Mumbai. En un postrero alarde de deconstrucción hoy termino con la primera parada de nuestra aventura.




Aurangabad es una ciudad pequeña, pero una de las que está creciendo a un ritmo más acelerado en el mundo. Se encuentra en el estado de Maharashtra y está considerada su capital cultural debido a la proximidad de maravillas como las Cuevas de Ellora, las Cuevas de Ajanta o el Bibi Ka Maqbara. Su nombre significa “construida por el Trono” y también se la conoce como “la ciudad de las puertas” por los 52 pórticos de gran tamaño que vigilan la ciudad.




Llegamos a Aurangabad de buena mañana. Nada más bajarnos del autobús, una horda de autorickshaws drivers se arremolinó en torno a nosotros como buitres. Hitoshi, que apenas se había despertado, se los quitó de encima con un par de Kame Hame Ha. Según mi colega nipón, podíamos ir andando a nuestro hotel sin problemas.




Aurangabad me recordó a unos de esos pueblos del Lejano Oeste, donde una carretera que recorre el desierto está jalonada de una docena de casas y cuatro o cinco comercios. No me entendáis mal, la ciudad es mucho más grande que eso, pero camines por donde camines esa es la sensación que te da. Siempre parece que la ciudad se va a acabar en la siguiente esquina, hasta que llegas a la esquina de marras y empieza otro remake de decorado del Far West.




Nuestro hotel resultó ser un modesto edificio de la “Calle Mayor”. Al entrar, un iraní con cara de pocos amigos se quejaba a grito pelado de la burocracia india. Al parecer, para registrarse en el hotel no solo le hacía falta el pasaporte, sino el Permiso de Residencia.

Me giré como un relámpago hacia Hitoshi que puso una de sus habituales expresiones inexpresivas. En ese momento pude oír claramente el sonido de un flashback de perdidos:

JJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJ…


Entro en nuestra oficina y me encuentro a Hitoshi enfrascado en la preparación del viaje. Aunque viajar siempre es algo ilusionante, lo complicado que es todo en India no me permite relajarme.


-Oye, Hitoshi, ¿de verdad que solo necesitamos el pasaporte para movernos por India, registrarnos en los hoteles y eso? ¿No nos hace falta el Permiso de Residencia?


-No, no, solo el pasaporte.


-¿Seguro? Es que preferiría no llevármelo, pero si es necesaria…


-No, no, lo he consultado, no hace falta. Es mejor que no los llevemos.


…JJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJ

Hitoshi y yo, tras una breve conversación entre susurros, decidimos hacernos los idiotas en la medida de lo posible (tarea sencilla, por otra parte) y tratar de ir por las buenas, rozando la penita si hiciese falta.

Cuando por fin nos atrevimos a hablar con el recepcionista, este nos dijo que había un problema con nuestra reserva y que este no era el hotel donde nos íbamos a hospedar, que esperásemos un momento y enseguida nos llevarían en un minibús a nuestro hotel. Nos quedamos un poco flipados, pero pensamos que el cambio podría obrar en nuestro favor.

De todos modos yo pregunté si esto no afectaría al precio de las habitaciones, ni tendría más extras, ni nada. El hombre me dijo que claro que no, que nuestras habitaciones ya estaban pagadas por supuesto y que si alguien nos pedía más dinero no le diésemos ni una rupia. Aunque os parezca mentira, me quedé más tranquilo.

Vino la guagua, nos montamos con un montón de indios y llegamos al otro hotel que estaba solo a dos manzanas de distancia (es el trayecto en bus más corto que he hecho en mi vida). El hotel en cuestión estaba más escondido pero era más grande y tenía mejor pinta, al menos por fuera. Por dentro parecía que aún lo estaban terminando y que sufría una huelga de servicios de limpieza, pero bueno… esto es India.





Dejamos nuestras cosas en la habitación. Nuestra room era pequeña, sencilla, con un cuarto de baño repleto de bichos que daba un poco de ascopena y dos camas: un catre enano de aspecto enclenque y una pedazo de cama de matrimonio. Yo le dije a Hitoshi que ya que él lo había organizado todo yo dormía en la cama de la Nancy, pero él insistió en que él era más delgado y más pequeño y que era mejor que yo durmiese en la cama grande. No pude más que aceptar.

Tras un breve descanso nos dispusimos a ver las maravillas de Aurangabad. Sin embargo, al volver a pasar frente a la recepción el encargado nos alertó de que había un problema: necesitaba nuestros Permisos de Residencia. ¡Nada, que nadie escapa a la burocracia india! Me puse en modo milonga, pero no parecía surtir mucho efecto.

Plan B: Le dije a Hitoshi que si llamábamos a nuestro jefe este podría hacer unas fotocopias de nuestros RPs y mandarlas por fax. Como fue Sharad, nuestro patrón, el que le dijo a Hitoshi que los RPs no hacían falta, tenía la obligación moral de ayudarnos. Hitoshi llamó a nuestro jefe y este dijo que sin problema. Pasamos a Sharad con el recepcionista y el chaval se quedó contento.

Hitoshi, después de despedirse de nuestro boss, me comentó que este le había dicho que no volviésemos a tocar el tema y evitásemos la recepción. Le respondí que sospechaba que Sharad se había camelado al tío, pero que no le iba a mandar nada, hipótesis con la que el nipón estuvo completamente de acuerdo.

Salimos de allí con la tranquilidad de saber que, como nos íbamos mañana por la mañana, poca importancia tenía ya si mi jefe cumplía a no: cuando el pastel se descubriese estaríamos en Mumbai. Además… esto es India.




Cogimos un rickshaw con rumbo al Bibi Ka Maqbara (Tumba de la Dama). Se trata de un mausoleo construido por el príncipe mongol Azam Shah a finales del Siglo XVII como una muestra de amor a su madre. Su “parecido” con el Taj Mahal le ha restado mucha popularidad. De hecho se construyó para rivalizar con el famoso monumento, objetivo que quedó muy lejos por la falta de dinero. Es por eso que también se le llama “el Taj Mahal del pobre”. Aquí se le conoce como “El Taj del Deccan”. A mí me gusta llamarlo Taj Mahalito.












Tras recorrer el mausoleo y sus jardines y después de habernos convertido de nuevo en la principal atracción turística dentro de una atracción turística, tomamos otro rickshaw hasta las cercanas Cuevas de Aurangabad. Sí, aquí por cuevas no será. Estas son 12 capillas budistas excavadas en los siglos VI y VII. Son las hermanas pequeñas de las Cuevas de Ellora y Ajanta, pero también representan una muestra excepcional del arte y la cultura de este país.











El rickshaw, que nos esperaba a la entrada de las cuevas, nos volvió a llevar a la ciudad. Cruzando por el casco antiguo nos quedamos atascados debido a una especie de procesión/celebración de los Hare Krishna que paralizaba esa zona de la ciudad. El driver estaba algo molesto, pero a nosotros nos interesó el evento, así que nos bajamos y le pagamos el precio completo.




Como si fuera una procesión de Semana Santa, la gente se extendía por ambos lados de la calle observando el desfile. La avanzadilla la formaban un grupo de los típicos tipos con túnicas naranjas y la cabeza rapada. Un par de ellos llevaban unos altavoces que propagaban el famoso single de los Hare Krishna, mientras que los demás bailaban de tal manera que harían palidecer de envidia a cualquier pastillero de la antigua Ruta del Bakalao. Tras ellos, otros tipos tiraban de unas cuerdas que estaban atadas a una inmensa carroza. La carroza se movía por sí sola, aunque las cuerdas creaban la ilusión de que los fieles tiraban de ella. Y finalizando la marcha, más devotos, sobre todo mujeres, cantaban y bailaban al son del Hare Rama mientras lanzaban pétalos de flores.




La carroza era una impresionante y colorida mole con una especie de trono desde el que un hombre de venerable aspecto se desgañitaba para que el micrófono transportase su voz en directo sobre la base de percusión creada por los demás Hare Krishna. Desde el gran carromato, otros devotos iban repartiendo bebidas y refrigerios a los participantes de la procesión.

Ya os he dicho que en este país a cada paso te encuentras con impresionantes sorpresas, unas buenas y otras malas. Esta fue muy grata, aunque tuvo su reverso tenebroso: justo en ese momento la cámara de mi móvil se desconfiguró y la de Hitoshi se quedó sin batería. ¿Casualidad? Iker Jiménez tendría algo que decir. Os dejo empero estos dos vídeos. Si los fusionáis en vuestra mente y echáis un poco de roña por encima, se acercará a los que vimos nosotros.





Tras el paso de la comitiva nos dedicamos a recorrer el casco antiguo de Aurangabad. La zona estaba repleta de bazares llenos de productos típicos y todo tipo de artesanía. Nos perdimos por esas estrechas y empinadas calles, donde un templo en honor a Ganesh daba paso a una tienda de especias y un cine compartía pared con unos baños públicos.






El enésimo rickshaw del día nos devolvió a las inmediaciones de nuestro hotel y como todos los anteriores, su conductor nos mostró sus tarifas y nos ofreció sus servicios para llevarnos a las Cuevas de Ellora. Rechazamos su oferta como todas las anteriores, pero la verdad es que se acercaba la hora de tomar una decisión y aceptar alguna.

Tras nuestro estudio de mercado ya teníamos en la cabeza lo que era un precio justo. Dimos dos pasos y apareció otro conductor de rickshaw. Negociamos un precio que estaba bien, aunque el tipo era un listillo que al multiplicar un número por dos le sumaba diez y cosas así. Le dije a Hitoshi que si le parecía bien y me dijo tímidamente que sí. De este modo, el “alegre rufián” quedó en mandarnos a su primo a primera hora de la mañana.

Yo me había quedado contento, pero Hitoshi estaba pensativo. Allí empecé a aprender otra cosa sobre la cultura japonesa: no pueden decir que no. Para los nipones negarse, decir que no, es algo de muy mala educación, por eso se había visto obligado a decirme que el trato le parecía bien ante mi insistencia. El caso es que no puedes hacer este tipo de preguntas directas a un japonés y tienes que tratar de entender su lenguaje no verbal como hacen ellos, pero yo no soy muy bueno en eso.

Hitoshi quería seguir preguntando a otros conductores. Yo le dije que a mí eso sí me parecía mal, porque teníamos un trato con ese hombre, le habíamos dado nuestra palabra y para mí eso era importante (yo soy así). Le comenté que si el problema es que le parecía caro, ya que había sido mi negociación lo pagaba yo, pero él no podía aceptar eso. Él estaba dispuesto a esperar a nuestro conductor y disculparse ante él si eso era importante para mí. ¡Qué tío!

Su preocupación no era el dinero, era que no se fiaba del pícaro con el que habíamos hablado, aunque eso lo tuve que deducir yo. En estas se nos acercó otro conductor y “Un Samurái” se puso a preguntarle tarifas de nuevo, con tan mala fortuna que el “carismático sinvergüenza” de antes nos vio y nos dijo que si había algún problema. Se puso a increpar al otro driver, que se largó malhumorado, y nos preguntó si todo estaba bien. Yo le dije que sí, que no había problema y si marchó más o menos contento. El que no estaba feliz era Hitoshi, pero aceptó la situación con resignación.




A la mañana siguiente nuestro nuevo conductor estaba esperando impaciente ante la puerta. Era un joven musulmán alto, barbudo y de buenas maneras que aunque trató de llevarnos “al bar se su primo”, “a la tienda de su cuñado”… con un poco de asertividad nos puso en Ellora en un santiamén. Quedamos con él en una hora de regreso y nos dijo que allí esperaría, salvo un ratico que iría a la mezquita pues era viernes. Todo bien… en principio.

La visita a las cuevas ya la conocéis, sabéis que vimos todo, todo y todo, lo que hizo que llegásemos un poco justos a la cita con el conductor. Hitoshi, que como buen japonés es un gran amante de la puntualidad, iba un poco preocupado, pero yo le dije que solo eran unos minutos y que… esto es India.

-Thak you for waiting.- Le dijo mi compañero al conductor.

-My pleasure!- Respondió este.




Tras volver a rechazar más invitaciones del driver para conocer los negocios de sus amigos y vecinos, volvimos al hotel donde recogeríamos nuestro equipaje antes de ir a la estación de autobuses. Pero cuando estoy cogiendo mi mochila veo como el rickshaw se larga corriendo.

-¿Qué pasa? –Le pregunto a Hitoshi- ¿Por qué se va?

-Le he dicho yo que se fuera. –Me respondió el nipón.

-¿Por qué? ¿Le habíamos pagado por llevarnos a la estación?

-Es que no me gustaba…

-¿Por qué?

-Porque cuando le he dicho “Thak you for waiting” me ha contestado “But late!”.

-Nooo, Hitosh!. Te dijo “My plesure!

-¿”My pleasure”? ¿En serio?

Hitoshi volvió a poner esa cara inexpresiva de cuando hace alguna “hitoshada” y dijo que no me preocupase, que sabía dónde estaba la estación de autobuses. No dudo que supiese dónde estaba, pero desde luego que no sabía cómo llegar quedó demostrado a los pocos metros. Yo estaba al borde de la desesperación, pero debo admitir que Hitoshi fue preguntando pacientemente una y otra vez hasta que llegamos a la maravillosa estación de autobuses de la que saldría nuestro sleeper.

Ese día descubrí que cuando a Onichi San se le mete algo en la cabeza, para bien o para mal, es mejor seguirle la corriente, porque ni la propia realidad le sacará de su empecinamiento. La verdad es que estoy haciendo un máster en “Relaciones Internacionales”.

Y así termina mi “viaje alucinante” por India. Espero que ahora todo encaje como un rompecabezas cósmico y que no os quede ninguna duda salvo… ¿Porqué transcribo nuestras conversaciones en castellano y cito otras en inglés…?

Pero esa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión.




1 comentario:

  1. El segundo video de los Hare Khrisna se parecen a las Rave en las macrodiscotecas...pero sin drogas...

    Saludos.

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