jueves, 22 de septiembre de 2011

El espíritu de la India

Y llegó el día... Tras el magnífico vuelo con Fly Emirates y sus azafatas del gorrito, llegué al aeropuerto de Dubai, una especie de decorado de ciencia ficción inmenso.

Mientras esperaba mi vuelo, se sentó a mi lado una monja India con ganas de palique. Ella hablaba y yo me comía unos cacahuetes del Día. Me preguntó que cuántos hijos tenía, qué si estaba casado y que cómo me llamaba. Cuando le respondí que Justo se sorprendió de que en España ya no usásemos nombres cristianos. Señor, dame paciencia.

Lo que no era cristiana era la mirada lasciva que dirigía a mis cacahuetes. Le pregunté si quería y me respondió que no, pero ante mi insistencia no llegó a negarme tres veces y se apretó un puñado de panchitos considerable. Me dijo que en India eran muy caros, aunque luego me explicó que es que en España las cosas son muy, muy caras. Tiene guasa que uno se tenga que ir a Dubai para que una monja India le diga que en España los precios están por las nubes.

Otro estupendo vuelo con Emirates y ya estaba en Hyderabad. Allí hay que hacer los típicos trámites para entrar en el país, pero al estilo indio.

Lo primero es rellenar un mini formulario en el que tienes que poner los mismos datos que ya vienen en tu visado y en tu pasaporte, pero te los preguntan desordenados y se saltan algunos, está claro que van a pillar...

Después pasas por una cola con una veintena de mostradores, cada uno con un funcionario que comprueba tu visa, tu pasaporte y tu cuestionario, te pone un sello y te manda para afuera. Con tanto personal la cola va a buen ritmo y uno piensa "jolín, los indios, se han puesto las pilas". ¡Craso error! Después de pasar por ahí, hay un solo tipo que mira que el primer funcionario te ha puesto bien el sello, con lo que se forma un cuello de botella que ni en Madrid en hora punta. ¡Esta sí es mi India!

Al salir, otro tipo te recoge el cuestionario de marras, seguramente para que no lo uses de papel higiénico que en India escasea.

Del aeropuerto a la parada de Taxi, antes de que te des cuenta ya te han metido en uno. Yo iba con respeto por la famosa temeridad de los indios, pero no es temeridad, es otra forma de entender la conducción.

Para el conductor indio la parte más importante del coche es el claxon. Aquí te pilla la Guarcia Civil (Picoletos Tikka en India) sin faros, sin volante, sin ruedas y da igual... ahora, te pilla sin claxon y lo tienes crudo.

Se pita para todo. Para adelantar, para que te adelanten, para cruzarte con otro vehículo, para girar, para acelerar. Aquí creo que para sacarte el carné haces el examen teórico, práctico y el de cláxon. (Aunque según tengo entendido, si pagas 10.000 Rupias tienes hasta el de helicóptero).

El camino fue un muestrario, un mosaico de la dicotomía, de la bipolaridad de India, que se mueve entre dos extremos antagónicos que podíamos resumir como: Lujo... y mierda. De lo uno y de lo otro hay para aburrir, según dónde mires.

Hay muchos coches, muchísimas motos, muchos autoricksaw, alguna bici y las vacas, claro, que andan por ahí a su bola entre tanto caos. Todos se esquivan los unos a los otros en una sinfonía caótica al ritmo de los pitidos. No abundan  los semáforos, ni las señales... Si hay pasos de cebra, se reconocen porque son el único sitio por donde no cruza nadie.

Tras la travesía en taxi, llegué a mi hogar/lugar de trabajo en la zona pija de Banjara Hills. Lo dejo para otro post, pero adelanto que es fiel al espíritu de India, recordad: Lujo... y mierda.


1 comentario:

  1. Me alegro mucho que tu llegada a la India haya resultado "tranquila" y normal. Estoy deseando leer el siguiente capítulo, aunque no creo que esté preparada para "oír" una de esas dos partes que dices que posee todo lo que hay en India. Muchos besos.

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