Desde que empecé a escribir este blog me preocupaba que Hyderabad se me hiciera tan cotidiano que me
quedase sin temas. Era una preocupación sin fundamento. Primero porque en un
año uno no se acostumbra a un sitio y después porque ni en diez años uno se
acostumbra a India.
Ahora, mi aventura toca a su fin. Tengo un montón de temas
en el tintero, pero muy poco tiempo por delante en el país. La mera idea de
continuar Hyderabad Blues en otro lugar
se me antoja blasfema. Escribiré un colofón en Madrid, pero para mí no tiene
sentido narrar estas aventuras cuando ya no esté en India.
El caso es que hay muchas cosas que no he contado sobre los
once meses que he pasado en India. Unas porque no son dignas de mención. Otras
porque no se pueden poner en un blog. Y otras, simplemente, porque no he tenido
tiempo.
No he contado cuando Hitoshi y yo tratamos de contratar un teléfono
con Vodafone y tuvimos que hacer los mismos trámites tres veces, gastando fotos
y fotocopias, porque perdían nuestros papeles. Hitoshi llamó “estúpida” a la
chica de Vodafone (se llamaba Geeta, nunca olvidaré su amable incompetemcia) y todos
sus compañeros, cuando vieron el marrón, se hicieron los suecos, para que se la
cargase ella sola. Ha Hitoshi le arreglaron el problema después de gritar a
todo Vodafone India. Yo traté de ser amable… y tuve que volver otro día porque
me la volvieron a liar. ¡AHHHH!
No he contado cuando nuestro vecino del tercero, un ex
ingeniero de IBM inglés, septagenario y medio sordo, nos invitó a comer a su
casa, en la que daba cobijo a un montón de chicas que trabajaban en ONGs.
No he contado cuando mi amiga Ruth y yo fuimos a ver la que
puede ser las peor película que he visto en mi vida, una producción maltesa,
que vimos en un festival de cine europeo que organizaba Alliance Francaise y el
Goethe Institut. ¡El horror!
No he contado las tres veces que he ido al teatro: La
primera para ver la más estrambótica versión de Bodas de sangre que veré en mi vida. La segunda, para ver una
especie de Fama, a bailar, hecha por
un grupo de adolescentes pijos que creían que tenían algún talento. Y la
tercera… la tercera me dormí, lo siento.
No he contado cuando Antoine, Hitoshi y yo fuimos a ver ¡Qué bello es vivir! en un pase navideño,
organizado por el consulado de EEUU. Mientras Antoine se dormía, Hitoshi miraba
la película con unos lagrimones de personaje de anime. Se fue al servicio a lavarse la cara, volvió avergonzado por
mostrar sus sentimientos y estuvo callado y tristón toda la noche. Despué me
agradeció que le hubiese descubierto una película tan maravillosa. ¡Toshi es genial!
No he contado que la madrugada en la que comenzaba mi
cumpleños la pasamos en un garito que habían alquilado mis amigos para ver la
final de la Eurocopa. Todo acabó en una fiesta bestial y se mis amigos se olviaron
de mi cumple… Lo cual no les puedo reprochar porque YO me olvidé de mi cumple.
No he contado que tuve dos fiestas de cumpleños: Una en mi
trabajo, rodeado de gente con la que apenas hablo y cuyos nombres no recuerdo.
Y otra en casa, con mis amigos de India, para la que me maté a cocinar platos
españoles con desigual acierto.
No he contado como entré en un club de trekking que en realidad era una tapadera para un secta que mezcla
un rollo boyscout ameriyanqui con la
ingesta de cerveza. Llegué hasta la ceremonia de iniciación, en la que me
bautizaron echandome litos de cerveza por encima. No he contado el nombre que
me pusieron… ni lo voy a contar.
No he contado que aunque muchos sitios no tengan licencia
para vender alcohol, si estás dispuesto a insistir y pagar un poco más, puede
que te pogan unas cervezas. Eso sí, con una lata de Red Bull al lado, por si
viene la policía.
No he contado la vez que Ana, Pentxo y yo volvíamos a las
tantas en un rickshaw cuyo conductor
ponía una y otra vez la misma canción. Pentxo y yo empezamos a hacer chistes
sobre ello y cuando el driver se dio
cuenta, puso la canción en bucle y empezó a bailar mientras conducía. ¡HAWA, HAWA!
No he contado cuando pagué la mitad de la carrera a un
conductor de rickshaw porque nos
llevó solo hasta la mitad de la distancia, debido a un embotellamiento. El tipo
se puso como una furia y me tiró las rupias a la cara. Al día siguente, me encontré
con él y corrió para pedirme el dinero. Todos los conductores de la parada nos
rodearon como en una pelea de instituto y Hitoshi entró como Riu del Street Fighter para defenderme. Al
final, solucioné la situación con un
crítico en Diplomacia.
No he contado cuando pasó lo que tenía que pasar. Cuando
ocurrió lo que todos estabais esperando desde el principio… ¡Cuando Hitoshi llegó
a las manos con un autorickshaw driver!
No lo he contado… pero eso lo tengo que contar:
Fue hace poco. Lars, Alexa, Hitoshi y yo decidiminos volver
a Charminar para que yo entrara en el más famoso símbolo de Hyderabad antes de
irme.
Mis amigos querían ir en autobús. Yo tenía miedo a caerme de
bruces al subir o bajar a uno de esos trastos, aunque dije que me adaptaba al
deseo de la mayoría. Fuimos pues a la parada de autobús, pero al parecer no era
tan fácil: había que andar mucho, hacer trasbordo, etc. De modo que pude finalmente
convencerles de pillar un rickshaw.
No tardó en aparecer un driver que al ver a cuatro guiris
yendo a un turist spot nos pidió el
oro y el moro. Hitoshi comezó a calentarse. Alexa, que estaba de buen rollo,
empezó a negociar con él y le ofreció 120 rupias. Por ese trayecto, a esa hora,
120 rupias es una pasta, pero el driver se hacía el remolón… Mas estaba punto
de decir que sí, cuando Hitoshi, al que se le habían hinchado los “nipones”, le
pegó un grito al conductor:
-¡100 rupias o nada!
¡Y ya es pagarte demasiado!
-¡Pues anda y versus
en atobús!- Respodió en tipo.
-¡Eso es lo que
quería!-Replicó Hitoshi.
Mientras el airado driver
se marchaba, Alexa ofreció a otro las 120 rupias y este la aceptó de mila
amores (no era para menos). Lars y yo nos subimos rápidamente porque no
queríamos dilatar el asunto y Hitoshi, que ante todo respeta a sus amigos, se
subió junto al conductor.
Pero no habíamos recorrido unos metros por la Road No. 1,
una de las más populosas de Hyderbad, cuando el driver número uno se puso en paralelo con nosotros y empezó a
recriminar al diver número dos. En
medio de la carretera, a grito pelado.
Hablaba en telugu, pero lo que le estaba diciendo era claro
y contundente. Lo malo es que como Hitoshi estaba sentado al lado del otro, los
impromeros del primer conductor pasaban justo por encima de él. El nipón, que
ya iba calentito, no lo pudo aguantar más.
-¡Cállate ya! ¡Nos
estás molestando! ¡Somos los clientes, no tenemos porqué sufrir este
comportamiento!
-Esto no va contigo,
va con él. No es tu problema- Le respondío el tipo en inglés y siguió
gritándole al otro en telugu.
-Qué te calles… Que me
estás molestando…
-Que te he dicho que
no va contigo… Que como quieras que vaya contigo te vas a enterar…
-¡¡CÁLLATE LA PUTA
BOCA!!
El driver se quedó
muerto por un momento. Acto seguido soltó una risotada histérica y se puso a
insultar (supongo) a Hitoshi en telugu. Hitoshi se empezó a reír como un
maniaco también y comenzó a llamarle de todo (supongo) al driver en japonés. La cosa fue subiendo de volumen y probalemente
de tono. Las risas, falsas o no, desaparecieron… parecía que eso solo podía
acabar mal.
-¿Alguno quiere ver
como es una cárcel india? Puede que hoy la veamos- Le dije yo a Lars.
Al final, con una última mirada de perdonavidas, el driver broncas aceleró y se fue. Pero
antes de irse, dio un volantazo para cerrarnos el paso. Nuestro conductor tuvo
que girar in extremis con lo que casi se come la mediana, pero consiguió
hacerse con el vehículo. Y justo cuando el primer driver se alejaba de nosotros con una sonrisa de villano… Hitoshi
alargó la pierna y le pegó una tremenda patada al ricksahw del broncas, que hizo temblar toda la acrrocería de papel
de fumar del escueto motocarro.
-¡No haga eso, señor!
Dijo nuestro conductor, que creo que sí que nos veía ya a
todos en prisión. Acto seguido, aceleró y se metío entre el tráfico dando
esquinazo a nuestro encarnizado enemigo.
En medio de un tenso silencio, seguimos avanzando por la
Road No. 1… Cuando, serpentenado a través de las decenas de coches, el driver chungo, con una cara de loco que
daba miedo, se puso de nuevo a la altura de Hitosi y, con la mano izquierda en
el volante, trataba de asír al nipón para tirarlo a la carretera.
Nuestro driver no
sabía qué hacer, Lars se dio un cabezazo contra el techo tratando de moverse,
Alexa pego un grito de miedo y yo empecé a darle manozatos al “driver del mal” en el brazo, que es a lo
único que llegaba…
-¡TURRRRRRRRRRRRRIAAAAAAAAAAAAAAA!
Hitoshi lanzó una especie de grito de Samurai que acojonó al
driver malvado y le dejó unos
segundos paralizado. Nuestro conductor aprovecho el momento para pisar a fondo
y escaparse entre el tráfico a todo trapo. Alexa miraba de cuando en cuando
para ver si nos seguía el loco, pero parece ser que le dimos esquinazo.
El viaje trascurrió sin más incidentes, salvo el ominoso
silencio de Hitoshi. Al llegar a Charminar, además de las 120 rupias de marras,
Hitoshi le dio una generosísima propina a nuestro conductor, le dio la mano y
le pidió disculpas.
Y es que, así es nuestro querido “Un samurai”, implacable,
pero un señor.
Y así me despido yo, sabiendo que me he convertido en un
personaje secundario de mi propio blog pero es que…
Nadie vence a Onishi San.
Visité su blog por casualidad, y me gusté mucho. Espero que escriba más, y que puedo leerlo...
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