En capítulos anteriores de Hyderabad Blues…
-Me llamo Michael
Jakson y voy a ser su conductor en Hampi.
-Somos de Andhra Pradesh, de Hyderabad.
-¡Mira, mira los
monitos!
-¡¿Subir 572 escalones
ahora?! ¡¿Estáis locos?!
-¡Oh, qué bella puesta
de sol!
-¡Te he ganado el
pulso! ¡El Buda ríe y yo también! ¡Je, je…!
-Mañana me espera otro
día ajetreado… Adiós lagarto, adiós ranita, adiós hormigas, adiós Hombre del
Sombrero…
Funde a negro.
Lars, Alexa y yo empezamos la mañana tomando un suculento
desayuno con lassi (una bebida a base
de yogur que está de muerte) y Spanish
omelette (cualquier parecido con una tortilla de patatas es pura
coincidencia). Vagueamos un poco mirando los arrozales y nos pusimos en marcha.
En el río tuvimos que esperar la barca de marras. Eso sí,
era la última vez, ya que habíamos pillado nuestras mochilas y pagado el hotel.
Alexa y yo amenizamos nuestra espera jugando con una perrita que sesteaba junto
al río. Cuando tomamos la barca, interrumpió su baño matutino para despedirnos.
Michael nos esperaba fresco como una rosa en la otra orilla,
con nuestro itinerario planeado. La prinera parada de su ruta nos condujo a la “Plaza
Mayor”, para visitar la atracción turística principal del pueblo: el Virupaksha
Temple.
El Templo de Virupaksha es el más antiguo de Hampi. Según
algunas estimaciones data del Siglo VII, con lo que sería el templo más antiguo
en toda India que sigue en uso. En él se celebran fiestas y ceremonias, de modo
que suele estar atestado tanto de turistas como de peregrinos y devotos.
Entramos bajo la enorme torre o gopura y accedimos al patio del templo. Allí se encuentra la
habitante más famosa de recinto sagrado: Lakshmi, la elefanta.
Delante de ella se forma una cola de turistas que esperan su
turno para ofrecerle una moneda a la paquiderma. Lakshmi la toma de tu mano con
su trompa, se la da a su cuidador y acto seguido te propina un leve golpecito
en tu cabeza que se considera una bendición.
Lars le ofreció a la elefanta una moneda de 5 Rs. y recibió
su merecida bendición. Alexa, sin embargo, solo le dio 1 Rs. y Lakshmi pasó de
ella. ¿Concidencia? No lo sé. Solo sé que la normalmente apacible Alexa se puso
que echaba humo.
Como me reí bastante de Alexa no me arriesgué a correr su
suerte y me dediqué por el contrario a torturar a la inocente belga deciendole
que eso era un muy mal augurio.
Atravesamos el Ranga Mandapa con sus balaustradas decoradas con estuas de leones y pasamos al sancta sanctorum donde se estaba
celebrando una ceremonia religiosa.
Seguimos avanzando por oscuras capillas hasta llegar a la
famosa sala donde un rayo de sol que atraviesa una estrecha hendidura en el
muro arroja sombras invertidas sobre la pared. Se trata, evidentemente, de una
cámara estenopeica, que hacía las delicias de los turistas indios.
Tras ver todas las maravillas del templo volvimos a salir
por la Kangiri Gopura donde habíamos dejado a Michael. No había ni rastro del
“Rey del Pop”, así que decidimos subir a la colina de Kemakuta, una pequeña
elevación del terreno aledaña a Virupaksha.
Además de disfrutar de una extraordinaria vista del propio Templo
de Virupaksha, pudimos visitar la capilla de Vishnupada, en cuya entrada se
pueden ver las huellas de un par de pies descalzos que se suponen que fueron
dejadas por Lord Vishnu.
Cada palmo de tierra de Hampi es el escenario de algún
famoso pasaje de la vida de alguna deidad hindú. Fue es esta misma loma donde
Shiva redujo a cenizas en cuerpo de Kamadeva con su tercer ojo, como ya os
conté en el post dedicado a Holi.
Haciendo el indio |
Haciendo el indio, detalle |
Con todas estas historias en la cabeza, bajamos de nuevo al
pueblo donde, esta vez sí, nos esperaba el bueno de Jackson. Nos montamos en el auto
y recorrimos los escasos metros que nos separaban de la entrada del recinto que
alberga la Kadalekalu Ganesha, una escultura de casi cinco metros de alto del ubícuo
dios-elefante.
Su nombre (Kadalekalu) significa “garbanzo” en el dialecto
local, pues esa es la forma que parece tener la gigantesca barriga del dios.
Sin embargo, los musulmanes que conquistaton la ciudad en tiempos pretéritos debieron
pensar que la oronda tripa era más bien un cofre, pues cuenta la leyenda que
intentaron abrirla, ya que creían que dentro se guardaba un tesoro.
Lo que sí es verdad es que muchas estatuas hindúes fueron
mutiladas por fanáticos musulmanes y que muchas inscripciones musulmanas
sufrieron el ataque de fanáticos hindúes, en una ciudad que ha conocido decenas
de disputas entre ambas culturas.
Enfrente de Ganesha se yergue el pushkarani del templo de Virupaksha. La palabra pushkarani designa a los tanques de agua
que se construían junto a los recintos sagrados. Éste recibe el nombre de Manmantha
Tank y en sus inmediaciones descasamos un poco… o lo intentamos, hasta que un
grupo de veinteañeros indios vino a molestranos con la eterna pregunta: Wich country?
Desde allí llegamos a la Sasivekalu Ganesha, otra estatua de la deidad
paquiderma, de dos metros y medio de altura, casi pegada a la anterior. Sasivekalu significa “semilla de
mostaza”, pues supongo que esta vez la barriga del dios tiene esa forma.
Alrededor de la enorme tripa de Ganesha hay una cobra, atada
como un cinturón. Cuentan que el dios hizo esto después de una comilona épica,
temiendo que su barriga reventase si no la ceñía con algo resistente. No sé lo
que le pareció la idea a la cobra.
Volvimos al rickshaw
de Michael y este tomó la carretera cercana para llevarnos a otro templo
dedicado a Shiva. Por el camino pasamos junto a las Akka Tangi Gudda, unas rocas gigantes de
aspecto espectacular que han despertado la imaginación de los habitantes de la
región por siglos. Su nombre significa “piedras hermanas”, pues según cuentan
las historias, los monolitos son dos hermanas convertidas en roca por
menospreciar la belleza de Hampi.
Tras dejar atrás “Dos Hermanas”, llegamos al conocido como Templo
Subterráneo de Shiva. Debe su nombre a que parte del recinto está inhundado y
hace falta anadear con el agua por la cintura para recorrerlo entero. Ni que
decir tiene que nosotros no lo hicimos.
El Rockstar Express
nos llevó después a una zona amurallada con varias construcciones de estilo
musulmán. Hay que decir que Mike nos iba haciendo de guía, explicándonos la
historia de los sítios a los que llegábamos. Claro que en sus explicaciones
todo sucedía en el siglo XV, los hindúes eran muy buenos, los musulmanes muy
malos y viéramos lo que viéramos, era lo más antiguo o grande o importante o
bello… o simplemente lo mejor del mundo.
Aunque muchos de los lugares a los que nos llevaba no
necesitaban de su hipérbole para resultar impresionantes. Es el caso del Templo de Krishna. Su
construcción data del siglo XVI (¡Ay, Michael, por uno!) y cuenta con los
relieves más bellos de Hampi.
La siguiente parada fue igual de impresionante, pues nos
encontramos cara a cara (nunca mejor dicho) con la escultuta más grande de la zona, en el Templo de Lakshmi
y Narasima.
El dios Narasima te recibe sentado, en una posición de Yoga,
sobre una cobra de siete cabezas. Su monstruosa mirada bien merece el calificativo
de ugra, “terrorífica”. Narasima
significa hombre-leon y es uno de los diez avatares de Vishnu. La deidad está
sola, pues la estatua de Lakshmi, su consorte, fue destruida también por
fanáticos.
Saltando un estrecho pero profundo canal de agua, se coloca
uno junto al aledaño templo de Badavilinga. Un gran número de indios se apretujaban para realizar
sus ofrendas ante el “linga de los pobres”, el linga monolítico más grande de Hampi.
Se trata de una representación abstracta Shiva que conmemora una hazaña del
dios: La corriente del Ganges caía desde el cielo y amenazaba con destruir la
tierra; para evitar esto, Shiva interpuso su cabeza dispersando la tromba y haciendo
que fluyese mansamente desde su melena. Aún hoy, los devotos vierten agua o
leche y arrojan pétalos de flores sobre el linga
para alabar a Lord Shiva.
Otro corto trayecto en auto
nos llevó al Baño de la
Reina, cuyo nombre no podría ser menos acertado, ya que se cree que era
un lugar de recreo para el rey y sus concubinas. Se trata de un edificio de
planta cuadrada, rodeado por un pequeño foso, que alberga una especie de piscina, jalonada por exquisitas balconadas y barandas.
Y finalmente llegamos a otro gran grupo de ruinas que iba a
ser nuestra última parada en Hampi, el Recinto Real.
Desde el exterior ya se puede ver el Mahanavami Dibba y los
relieves que lo adornan, pero quizá lo primero que te llama la atención son dos
impresionantes monolitos que en el pasado fueron las puertas de algún importante edificio.
No sé sabe qué recinto protegían y se cree que sería
necesaria la fuerza de un elefante para abrirlas o cerrarlas. Hoy yacen semi
recostadas sobre unas rocas. Merece la pena acercarse y disfrutar del trabajo
de labrado de la roca, que trata de imitar a la madera.
Rodeados de turistas, subimos las empinadas escaleras que te
conducen a la cima del Mahanavami
Dibba (“Casa de la Victoria”), también conocida como plataforma de
Dassera. Allí volvimos a convertirnos en la atracción principal, sobre todo
Alexa, cuyos rizos rubios eran más impresionantes para los indios que las
estatuas de elefantes y caballos o la panorámica del recinto.
Tras bajar de la plataforma y andar unos metros, nos
colocamos en el borde del Tanque Escalonado, otra de las más típicas imágenes
de Hampi.
Llegó la hora de comer y pedimos a Michael que nos acercase
al restutante más famoso de Hampi, el Mango Tree. Aunque el driver quiso hacerse el remolón,
diciendo que si había varios y tal, yo le dije que Mango Tree solo
hay uno y que tiene el nombre escrito en la puerta. No tenía ni idea de lo que
estaba hablando, pero Mike se lo creyó y nos llevó al lugar sin más problemas.
La plantación de bananas que alberga el Mango Tree estaba
junto al río, no muy lejos de donde cruzábamos con las barcas. Hay que andar un
poco entre las palmeras hasta que se llega al establecimiento, el cual está construido alrededor de un gigantesco árbol de mango. A mí me pareció
que estábamos en el concilio de Elrond, pero bueno, es lo que tiene ser friki.
Disfrutamos de un almuerzo vegetariano típico de la
región con alguna delicatessen más y vagueamos un poco, alargando la sobremesa al
estilo español. La comida estaba exquista y el lugar era precioso. Nos lo
merecíamos después de tanta caminata, ¿no?
Nada más paleto que hacerle una foto a tu comida. |
Todavía nos quedaba algo de tiempo hasta que saliese nuestro
autobús desde Hospet, con lo que le preguntamos a Michael dónde nos podía llevar. El pícaro driver nos dijo que ya habíamos visto
todo lo que merecía la pena y que lo mejor es que nos llevase ya a Hospet para
esperar por allí “de compras y tomando una cerveza”.
Está claro que lo único que quería es cobrar ya y deshacerse
de nosotros. Lars trató de apretarle las tuercas un poco, pero la verdad es
que yo ya estaba saturado de tanta visita a ruinas y no me parecía mala idea lo
de ir a Hospet. Optamos así por esto último para alegría de nuestro
conductor.
En Hospet no había mucho que ver ni que
comprar, así que, tras encontrar el lugar desde donde salía nuestro semi sleeper, nos metimos en un parque a
pasar el rato. Hacía muy buen tiempo. Un grupo de niños celebraba su cumpleñaos
en la zona infantil y decidió que no había nada más divertido que invitar a
unos extranjeros a su fiesta.
Los nenes cantaron y bailaron para nosotros y hasta nos
dieron tarta. Luego, las niñas jugaron a las peluquerías con Alexa, que acabó
con sus rizos tan llenos de flores que parecía una ninfa de la primavera o algo así de cursi.
Y entonces llegó. El monzón. O algo parecido. El cielo se
oscureció levemente y empezó a lloviznar primero y a diluviar después. Dejamos
a los niños gritando, riendo y saltando bajo la lluvia y nosotros fuimos a
refugiarnos a una bakery. Allí nos
encontramos con Alexis, la mochilera canadiense, que se volvió a acoplar a
nosotros.
Casi llegamos tarde a nuestro autocar por acompañar a la
canadiense a su hostal, pero uno siempre puede confiar en la impuntualidad
india. Nos acomplamos lo mejor que pudimos en nuestros asientos reclinables y
nos dispusimos a pasar otro montón de horas en la carretera.